La mesa

 

La mesa


Había quedado con Violeta en la terraza de un bar, "La Triunfal", frente al Arco de Triunfo. Sus patatas bravas y sus croquetas son un placer para los sentidos. Esta era la ocasión ideal para declararme e iniciar una relación que hacía semanas estaba buscando, pero soy tan tímido que a pesar de las señales positivas que ella reflejaba nunca encontré el momento de confesarle mis encontrados sentimientos.

Ya la veo llegar, siempre tan puesta, tan hermosa, mi corazón se acelera, nos fundimos en un abrazo lleno de calor que me envuelve en su perfume embriagador para dar paso a una forzada separación y contemplarla en una distancia corta. Después de los saludos acostumbrados nos sentamos en una mesa, pedimos unas cervezas y unas patatas bravas que sé que le encantan con bastante picante, aunque el picante lo debería poner yo.

Llega el camarero con las bebidas y entonces descubrimos con asombro que la mesa está coja, qué rabia hombre, cuando empezaban las miradas insinuantes los vasos se inclinan a la izquierda, con la pierna detengo su peligroso deslizar y eso me incomoda. En lugar de estar pendiente de mi pretendido amor tengo que solucionar el problema de la mesa. Voy girando la dichosa mesa para buscar los cuatro apoyos que la nivelen. Nada, ni por esas. No tengo ningún chicle, ni papel, ni cartón, las chapas se las llevó el camarero, no hay piedrecitas a la vista por lo que sigo manteniendo la mesa apoyada entre mis piernas.

Violeta observa sorprendida todas mis maniobras como si no le importara tener una mesa disfuncional. He de cambiar el chip, pero mi posición no es ni cómoda ni natural apretando una pata entre mis piernas cuando ella se lleva una patata a la boca y sus labios se llenan de salsa rosa.

La mesa debería tener tres patas y yo poder beber de sus labios rosa. Una mesa de tres patas nunca cojea mientras yo voy a la pata coja con ella. Es matemática pura. Un plano, el suelo, queda definido por tres puntos o una recta y un punto, de modo que una mesa de tres patas se adapta al terreno, otra cosa es que quede horizontal sin inclinación alguna y yo frenando mi propia inclinación hacia sus curvas. Pero si una mesa de cuatro patas cojea puede ser por el terreno o por tener alguna de diferente medida que las demás. No nos distraigamos, estamos en un terreno favorable, Violeta se lleva la cerveza a los labios mientras me mira interrogante. Parece decirme que me olvide de la mesa y pruebe las patatas que tan buena pinta tienen. La verdad es que tengo mucha hambre.

Se me va la olla, "nena yo soy tu lobo", cuando se trata de comer ternuritas estoy dispuesto a todo. Aprieto con más fuerza la pata y todo tiembla, el plato de las patatas aguanta el terremoto, pero los vasos vienen corriendo hacia mí que por suerte puedo cogerlos al vuelo. Ella se ríe, coge su vaso de mis manos e inicia un brindis: "salud". Bebo y vuelvo a beber para darme ánimos y confesarle que su patata me quema, ya no sé lo que me digo, quiero decir que tenga cuidado con las patatas que aún están calientes y se puede quemar como yo me estoy quemando en el fuego de su mirar.

Camarero, camarero, ¿nos podemos cambiar a esa mesa que quedó libre? Al fin puedo dejar mis piernas a su libre albedrio, solo que la derecha tiene el baile de San Vito y he de hacer esfuerzos para que pare y no se note mi nerviosismo.

Respiro hondo y me armo de valor. Ahora o nunca.

-Violeta, corazón, hoy estas muy, pero que muy guapa, floreces con la primavera y a mí la sangre se me altera. Soy tan capullo.

¡Bien, muy bien, sigue que le gustas!

-Hace tiempo que nos conocemos, llevamos unas semanas saliendo y la verdad es que solo pienso en ti, todo me gusta de ti, me has robado el corazón, te amo con locura, me harías muy feliz si sintieras lo mismo por mí y pudiéramos iniciar una relación que nos hiciera tocar el cielo con la punta de los dedos, caminar juntos cogidos de la mano, ver salir el sol cada mañana y vernos reflejados en las estrellas con la luz de nuestro amor.

Violeta sonriendo, pincha una patata, la unta de salsa picante y me la da a comer mientras todo me arde. Permanezco expectante, cuando acabo de masticarla acerca sus labios a los míos y con un apasionado beso desaparece todo rastro de salsa de mi boca, aunque el fuego crece, siento cosquillas en el paladar y mi corazón se acelera aún más. Ahora soy yo el que busco sus labios desesperadamente, tumbando la mesa y con ella vasos y patatas buscan el suelo sin poder separarme de sus brazos pese al estruendo de vidrios rotos.

Siempre recordaré la mesa coja, la salsa rosa, sus labios rojos y los vasos rotos.

Marín Hontoria

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