La
mesa
Ya la veo llegar, siempre tan
puesta, tan hermosa, mi corazón se acelera, nos fundimos en un abrazo lleno de
calor que me envuelve en su perfume embriagador para dar paso a una forzada
separación y contemplarla en una distancia corta. Después de los saludos acostumbrados
nos sentamos en una mesa, pedimos unas cervezas y unas patatas bravas que sé
que le encantan con bastante picante, aunque el picante lo debería poner yo.
Llega el camarero con las
bebidas y entonces descubrimos con asombro que la mesa está coja, qué rabia
hombre, cuando empezaban las miradas insinuantes los vasos se inclinan a la
izquierda, con la pierna detengo su peligroso deslizar y eso me incomoda. En
lugar de estar pendiente de mi pretendido amor tengo que solucionar el problema
de la mesa. Voy girando la dichosa mesa para buscar los cuatro apoyos que la
nivelen. Nada, ni por esas. No tengo ningún chicle, ni papel, ni cartón, las
chapas se las llevó el camarero, no hay piedrecitas a la vista por lo que sigo
manteniendo la mesa apoyada entre mis piernas.
Violeta observa sorprendida
todas mis maniobras como si no le importara tener una mesa disfuncional. He de
cambiar el chip, pero mi posición no es ni cómoda ni natural apretando una pata
entre mis piernas cuando ella se lleva una patata a la boca y sus labios se
llenan de salsa rosa.
La mesa debería tener tres
patas y yo poder beber de sus labios rosa. Una mesa de tres patas nunca cojea
mientras yo voy a la pata coja con ella. Es matemática pura. Un plano, el
suelo, queda definido por tres puntos o una recta y un punto, de modo que una
mesa de tres patas se adapta al terreno, otra cosa es que quede horizontal sin
inclinación alguna y yo frenando mi propia inclinación hacia sus curvas. Pero si
una mesa de cuatro patas cojea puede ser por el terreno o por tener alguna de diferente medida que las demás. No nos distraigamos, estamos en un terreno
favorable, Violeta se lleva la cerveza a los labios mientras me mira
interrogante. Parece decirme que me olvide de la mesa y pruebe las patatas que
tan buena pinta tienen. La verdad es que tengo mucha hambre.
Se me va la olla, "nena
yo soy tu lobo", cuando se trata de comer ternuritas estoy dispuesto a
todo. Aprieto con más fuerza la pata y todo tiembla, el plato de las patatas
aguanta el terremoto, pero los vasos vienen corriendo hacia mí que por suerte
puedo cogerlos al vuelo. Ella se ríe, coge su vaso de mis manos e inicia un
brindis: "salud". Bebo y vuelvo a beber para darme ánimos y
confesarle que su patata me quema, ya no sé lo que me digo, quiero decir que
tenga cuidado con las patatas que aún están calientes y se puede quemar como yo
me estoy quemando en el fuego de su mirar.
Camarero, camarero, ¿nos
podemos cambiar a esa mesa que quedó libre? Al fin puedo dejar mis piernas a su
libre albedrio, solo que la derecha tiene el baile de San Vito y he de hacer
esfuerzos para que pare y no se note mi nerviosismo.
Respiro hondo y me armo de
valor. Ahora o nunca.
-Violeta, corazón, hoy estas
muy, pero que muy guapa, floreces con la primavera y a mí la sangre se me
altera. Soy tan capullo.
¡Bien, muy bien, sigue que le
gustas!
-Hace tiempo que nos
conocemos, llevamos unas semanas saliendo y la verdad es que solo pienso en ti,
todo me gusta de ti, me has robado el corazón, te amo con locura, me harías muy
feliz si sintieras lo mismo por mí y pudiéramos iniciar una relación que nos
hiciera tocar el cielo con la punta de los dedos, caminar juntos cogidos de la
mano, ver salir el sol cada mañana y vernos reflejados en las estrellas con la
luz de nuestro amor.
Violeta sonriendo, pincha una
patata, la unta de salsa picante y me la da a comer mientras todo me arde. Permanezco
expectante, cuando acabo de masticarla acerca sus labios a los míos y con un
apasionado beso desaparece todo rastro de salsa de mi boca, aunque el fuego
crece, siento cosquillas en el paladar y mi corazón se acelera aún más. Ahora
soy yo el que busco sus labios desesperadamente, tumbando la mesa y con ella
vasos y patatas buscan el suelo sin poder separarme de sus brazos pese al
estruendo de vidrios rotos.
Siempre recordaré la mesa coja,
la salsa rosa, sus labios rojos y los vasos rotos.
Marín Hontoria
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