viernes, 17 de noviembre de 2023

EGO

 

En un pequeño pueblo de la comarca del Alto Urgel, en la provincia de Lérida, situado a la derecha del río Segre y junto al embalse de Oliana, se respiraba paz y tranquilidad. En ese idílico entorno vivían tres amigos: Tomás, Luis y María. Cada uno de ellos tenía una personalidad muy distinta, lo que a menudo los llevaba a situaciones interesantes.

Tomás era el tipo de persona con un ego descomunal. Siempre hablaba de sus logros y se jactaba de sus habilidades. No importaba el tema de conversación, Tomás siempre tenía razón, escuchaba poco y siempre encontraba una manera de hacerlo sobre él mismo. Era un buen constructor, había reconstruido una masía abandonada cerca del pueblo, utilizando materiales ecológicos y reciclables, generando su propia energía con placas solares y aprovechando el agua de lluvia. Llevaba una vida acorde con las características ecológicas de la vivienda, siguiendo las tres erres de la sostenibilidad: reducir, reciclar y reutilizar para maximizar la eficiencia de la tecnología empleada y la utilidad de los residuos, transformándolos en abono o depurando aguas residuales.

Luis, por otro lado, era una persona equilibrada y modesta. Contable de profesión, era un apasionado de la fotografía y pasaba gran parte de su tiempo libre tomando fotos de la belleza del pueblo, de sus habitantes y de los alrededores. Allí donde iba siempre buscaba el mejor enfoque. A pesar de ser increíblemente talentoso, Luis nunca alardeaba de sus habilidades. Siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás y compartía sus conocimientos sin presumir de ello. Además, Luis era un lector empedernido, defensor apasionado del medio ambiente y participaba en iniciativas locales para conservar la belleza natural que fotografiaba.

María, la tercera amiga, tenía muy poco ego. Era tímida y a menudo se sentía insegura acerca de sus capacidades. Siempre dudaba de sí misma y rara vez compartía sus opiniones en las conversaciones. María era enfermera, siempre tenía a punto su botiquín de urgencia para asistir, fuera de su horario en el CAP, a quien la necesitara. Poseía un talento innato para la cocina y para la jardinería, pero rara vez lo mencionaba. Ella había transformado un pequeño terreno baldío, en la parte posterior de su casa, en su pequeño jardín, un oasis de colores y fragancias, cuidando cada planta con amor y dedicación, aunque no siempre confiaba en que su trabajo fuera realmente destacable a pesar de sus brillantes resultados. Eso sí, cada domingo llenaba de flores la imagen de la Virgen del Rosario, patrona de los almadieros, adornando la Iglesia para la celebración de la santa misa, situada en la parte alta del pueblo.

Un día, el pueblo decidió organizar un festival en honor a la creatividad y el arte local. Los tres amigos se inscribieron para participar en diferentes eventos. Tomás se inscribió en un concurso de escultura, Luis en una exposición de fotografía y María en un concurso de jardinería.

Tomás pasó semanas presumiendo de la realización de una escultura innovadora, resaltando la historia del pueblo y diciendo que sería el ganador indiscutible. Luis, por otro lado, trabajó en silencio en su exposición, compartiendo sus avances solo cuando se le preguntaba. María pasaba horas cuidando su jardín, pero rara vez hablaba de su participación en el concurso.

Finalmente, llegó el día del festival. Tomás subió al escenario con confianza, presentando su escultura que representaba a los almadieros, encargados de hacer llegar la madera de los árboles desde los Pirineos hacia el interior y hasta la costa, bajando por el río Segre. Las condiciones en que se desarrollaba la actividad de los almadieros eran bastante duras y peligrosas. Su oficio existía en una época que no existían los camiones y el río Segre no tenía embalses. Se aprovechaba el curso del río para transportar los troncos, que al mismo tiempo servían de embarcaciones. Sin embargo, al destapar la escultura, la tela que la cubría se enredó con ella y se llevó el brazo de un raier que sujetaba el timón del rai. A pesar de sus intentos de arreglarlo, quedó descalificado.

Luis presentó su exposición de fotografías, que dejó a todos maravillados por su belleza y su habilidad para capturar la esencia del pueblo. Recibió elogios y el primer premio, demostrando que el equilibrio entre humildad y talento puede llevar al éxito.

María, aunque nerviosa, presentó su jardín, que estaba lleno de flores hermosas y coloridas. A pesar de su modestia, los jueces quedaron impresionados por su talento y la nombraron ganadora del concurso de jardinería, revelando que la falta de ego no impide el reconocimiento de los propios méritos.

Después del festival, Tomás aprendió una lección humillante sobre la importancia de la humildad. Luis demostró que el talento y la modestia van de la mano, y María finalmente ganó confianza en sí misma debido al reconocimiento general, no solo por su jardín, también por su abnegada y desinteresada dedicación al pueblo. Los tres amigos se dieron cuenta de que el ego excesivo, el equilibrio y la falta de ego pueden coexistir y aprender el uno del otro.

Juntos, lo celebraron en la masía de Tomás, este preparó un vermut con embutidos del país y pan con tomate, Luis preparó una exótica ensalada con mango, aguacate y frutos secos, y María preparó una paella de verduras con setas variadas, regando sus paladares con un buen vino del Penedés, para acabar habían reservado un roscón de nata de la excelente pastelería local que acompañaron con un selecto cava brut bien frío. Reforzando los lazos de unión, continuaron apoyándose y creciendo como amigos, enriqueciendo el pueblo con su creatividad y amistad.

Marín Hontoria

 

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