jueves, 25 de abril de 2024

SER CRISTIANO


 No pretendo dar lecciones, solo comparto reflexiones personales.

Leyendo el libro "Cómo Suprimir las Preocupaciones y Disfrutar de la Vida" de Dale Carnegie, en su Parte V: El Modo de Suprimir las Preocupaciones, se explica la necesidad de la fe y de la oración.

Ambas permiten descargar la conciencia, verbalizar el problema, sentirse acompañado y aumentar la energía en momentos de desesperación, activando la búsqueda de soluciones y las correspondientes acciones.

En estos días, a través de la red, he leído reflexiones acerca de la existencia de Dios e interpretaciones de su palabra para excluir y condenar a aquellos que se apartan de sus enseñanzas.

Me parecen peregrinos todos los intentos de demostrar la existencia de algo tan inconmensurable como la idea de Dios, el Ser Supremo, la Energía Primigenia o como se lo quiera llamar. A Dios solo se accede por la fe. Solo queda asentir e inclinarse con humildad ante su misterio, como el que mira en la oscuridad sin ver y siente el calor en su corazón de un lejano y desconocido sol.

De pequeño fui educado en la religión católica por mi madre, cuya fe era capaz de mover montañas. Antes de acostarnos, siempre rezábamos. Los domingos íbamos a la iglesia y comulgábamos todos los viernes de mes. Fui a colegios religiosos e incluso fui monaguillo por un corto tiempo. Pero la vida es cambio y me fui alejando de dogmas, ritos y oraciones aprendidas de memoria pero sin comprender su significado. Si a eso le añadimos que las estructuras de las religiones siempre se ponen al servicio de los poderosos, acumulan riquezas mientras parte de sus fieles piden limosna a las puertas de sus templos, y su mensaje es amenazante y coercitivo en lugar de comprensivo y amoroso, dejé de creer en tales representantes y finalmente en el mismísimo Dios.

"Ni en dioses, reyes, ni tribunos, está el supremo salvador, nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor", dice la Internacional. Pasé del "A Dios rogando y con el mazo dando" al nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor.

Para realizar ese esfuerzo redentor solo había un camino: empezar por uno mismo. Tener una ética personal, una regla áurea, ser incapaz de hacer nada mezquino, egoísta o deshonesto.

Pero la vida te conduce por caminos inexplorados y finalmente tuve que reconocer la existencia de una Conciencia superior de la que todos formamos parte y a la que sin intermediarios me dirijo desde el sentir profundo de mi Corazón Uno, agradeciendo el precioso regalo de una vida plena y solicitando su guía, ayuda y protección.

No soy religioso, pero respeto el mensaje que comparten todas las religiones. Me considero espiritual. Puedo entrar en sus templos y acompañarlos en sus oraciones, como decía el gran maestro sufí Muhyiddin Ibn Arabi : "Hubo un tiempo en el que rechazaba a mi prójimo si su fe no era la mía. Ahora mi corazón es capaz de adoptar todas las formas: es un prado para las gacelas y un claustro para los monjes cristianos, templo para los ídolos y la Kaaba para los peregrinos, es recipiente para las tablas de la Torá y los versos del Corán. Porque mi religión es el amor. Da igual a dónde vaya la caravana del amor, su camino es la senda de mi fe."

John Baillie, distinguido profesor de teología de la Universidad de Edimburgo dice: "Lo que hace cristiano a un hombre no es ni su aceptación intelectual de ciertas ideas ni su adaptación a ciertas normas, sino su posesión de cierto Espíritu y su participación en cierta Vida".

"Por sus actos los conoceréis".

Al final, ser un buen cristiano implica más que simplemente adherirse a ciertas doctrinas o cumplir con rituales religiosos. Requiere un compromiso profundo para vivir en coherencia con los principios fundamentales del amor, la compasión y la humildad. Es un camino de transformación interior y de compromiso con el prójimo, un camino que nos desafía a ser mejores personas y a contribuir al bienestar de quienes nos rodean.

Esto significa dejar de juzgar a los demás, renunciar a la pretensión de poseer la verdad absoluta y evitar imponer nuestras creencias a otros. También implica reconocer nuestros propios errores, tener la humildad de pedir perdón y la generosidad de perdonar ofensas y agravios. Significa no traicionar por treinta denarios, sino compensar al agraviado y vivir con lo suficiente, siendo conscientes del presente y libres de los temores del pasado y del futuro incierto. Además, implica amar al prójimo como a uno mismo, extendiendo la compasión y la solidaridad a todos los seres humanos.

Aunque este camino puede parecer desafiante en ocasiones, la confianza en un Dios amoroso y comprensivo puede brindarnos la fuerza y la esperanza necesarias para perseverar. Saber que no estamos solos, que Dios está siempre presente incluso en los momentos más difíciles, puede inspirarnos a vivir de acuerdo con nuestros valores más profundos y a trabajar por un mundo más justo y compasivo.

Marín Hontoria


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