En un pequeño pueblo, escondido entre altas montañas y bosques cerrados, vivía una mujer llamada Blanca, conocida por su bondad y sabiduría. Una noche de luna llena, cuando las sombras danzaban en los rincones más oscuros del bosque sin ayuda del viento, Blanca tuvo un sueño extraño. Se encontraba en un jardín luminoso, rodeada de flores multicolor y árboles frutales, pero en el centro, había un árbol con frutos dorados y brillantes, que nunca había visto antes. De repente, una figura apareció entre las escasas sombras del frondoso jardín.
Era una figura híbrida, una mezcla de hombre y bestia, con cuernos de ciervo y alas de murciélago de color azul, al igual que sus calzones, lo que denotaba cierta espiritualidad. Llevaba un extraño casco amarillo, prueba de su gran inteligencia. Estaba de pie, de frente, sobre un pedestal rojo. Sus ojos eran un remolino de caos y su mano izquierda sostenía una espada que parecía más un juguete que un arma. Su mano derecha apuntaba al cielo de forma descuidada. Blanca, en su sueño, no sentía miedo, solo una gran curiosidad.
"¿Quién eres?" preguntó, su voz firme y clara.
"Soy el Diablo," respondió la figura. Su voz, dulce y penetrante, parecía venir de todas partes y de ninguna a la vez.
"¿Qué haces aquí, en este jardín?" preguntó Blanca.
"Este jardín es tu alma," dijo el Diablo. "Y estoy aquí para mostrarte lo que realmente eres, para revelarte tus sombras y tus luces."
Blanca miró alrededor y vio que las sombras del jardín no eran más que sus propios miedos y dudas, retorciéndose y susurrando desde los rincones más profundos y oscuros de su ser.
"¿Por qué me muestras esto?" preguntó.
"Porque has despreciado la oscuridad en tu vida, has ignorado la parte de ti que me pertenece. Y hasta que no la enfrentes, nunca serás completa," respondió el Diablo, su voz ahora suave y tentadora.
"¿Qué quieres de mí?" insistió Blanca.
"No quiero nada más que tu reconocimiento," dijo el Diablo. "Soy parte de ti, de todos. Soy la magia negra, los bajos instintos y los vicios humanos: la lujuria, la envidia, la gula, la avaricia, la pereza, la pasión, los deseos, el vínculo materialista, el egoísmo, la tendencia al mal. Somos la suma de nuestras luces y sombras, de nuestro bien y de su ausencia, el mal. Hasta que no aceptes eso, no serás libre."
Blanca miró al Diablo y vio, no una figura aterradora, sino una parte de sí misma que había negado. Comprendió que la verdadera libertad no estaba en la pureza absoluta, sino en la integración de todas sus partes.
"Te reconozco," dijo Blanca. "Eres parte de mí, y es hora de que nos enfrentemos juntos."
Quizás, pensó Blanca, si sometiéramos a un examen objetivo al Diablo, podríamos aprender a protegernos contra él, descubriendo dentro de nosotros el poder contra su influencia. Podríamos aprender a conquistar esos miedos irracionales que paralizan la voluntad y hacen imposible el enfrentamiento y el trato con él. Quizás, después de la horrible iluminación de Hiroshima o del infierno en que se ha convertido Palestina, con sus restos de humanidad destrozada, podríamos al fin ver la forma monstruosa de nuestra propia sombra diabólica. Con cada guerra parece más evidente que compartimos muchas características con el Diablo. Algunos dicen que es precisamente la función de la guerra la que revela a la humanidad su enorme capacidad para el mal de una manera tan inolvidable que cada uno de nosotros puede llegar a conocer su propia sombra y, de esta manera, tomar contacto con las fuerzas inconscientes de su naturaleza interior. Se piensa que la guerra es especialmente “el castigo de la incredulidad del hombre acerca de las fuerzas que existen dentro del mismo”.
El Diablo sonrió y, en ese momento, se transformó en una simple sombra que se desvaneció con la luz del amanecer. Blanca despertó con una nueva comprensión de sí misma. Supo que el verdadero enemigo no era el Diablo externo, sino la ignorancia de su propia sombra.
Desde ese día, Blanca vivió con un nuevo propósito, no solo en busca de una mayor luz, sino también en el reconocimiento y la aceptación de la oscuridad. Y en ese equilibrio encontró la verdadera paz y sabiduría, sabiendo que el bien y el mal eran solo dos caras de la misma moneda, y que ambos convivían y eran necesarios para la plenitud de su ser.
Y así, en el pequeño pueblo entre altas montañas y bosques cerrados, Blanca se convirtió en una guía para aquellos que buscaban entender sus propias sombras, enseñándoles que el Diablo no es un enemigo a temer, sino una parte de nosotros mismos que necesita ser reconocida, comprendida y aceptada.
Marín Hontoria
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