Isidro había creído toda su vida en un Dios vigilante, aquel que premiaba a los buenos y castigaba a los malos. Había intentado ser bueno en todo: cumplidor de sus deberes, incapaz de decir no, dispuesto a perder antes que a discutir o pelear. Sin embargo, las injusticias de la vida comenzaron a pesar sobre su corazón. Veía cómo los malvados prosperaban, mientras los inocentes sufrían. Noche tras noche, sus plegarias se llenaban de preguntas:
—¿Por qué permites esto, Dios? ¿Es que no te
conmueve tanto sufrimiento?
Pero el silencio parecía ser la única
respuesta.
Un día, cansado de la incertidumbre, Isidro decidió dar un largo paseo por la montaña. El sendero lo llevó a un claro donde un viejo roble se alzaba majestuoso junto a una piedra gigante. Allí se sentó, contemplando cómo el sol descendía lentamente detrás de las montañas. En su mente, las preguntas seguían arremolinándose.
—Si eres justo y omnipotente, ¿por qué no actúas? —murmuró al aire, frustrado.
El viento sopló suavemente entre las ramas, como si quisiera responderle. Isidro cerró los ojos, buscando algo más que palabras aprendidas, un atisbo de verdad que pudiera calmar su angustia.
Comenzó a reflexionar sobre algo que había escuchado en su juventud, aunque nunca lo había comprendido del todo: “Al principio no hubo principio.” “De la nada, nada puede surgir. Si algo existe, algo tuvo que existir siempre.”
Miró a su alrededor, al universo que lo rodeaba, tan vasto e insondable. Las montañas, el viento, el roble mismo… todo parecía formar parte de un entramado más grande. Y entonces, un pensamiento nuevo y extraño se abrió paso en su mente:
"Siempre tuvo que haber algo, un principio eterno, sin principio ni final que lo contuviera todo." No podía ser el Dios vigilante y humano que imaginaba, pero ¿podría ser otra cosa? ¿Una esencia eterna que diera lugar a todo?
El roble parecía susurrar sus secretos en el lenguaje silencioso de las raíces, las hojas y sus frutos. Sus raíces bebían del suelo, sus ramas se alzaban hacia el cielo y sus frutos eran un regalo obedeciendo un orden que no dependía de nadie más. "Este orden no puede ser casual," pensó. "Debe haber algo detrás, algo que lo rige y lo hace posible."
Mientras observaba, otro pensamiento lo golpeó: si todo seguía leyes, tal vez no existiera un Dios que interviniera activamente, sino una Energía Primigenia que lo contenía todo, viva, inteligente y creadora, que estableciera esas leyes inmutables que gobernaban el universo.
Comprendió entonces algo crucial: ese orden no necesitaba un juez que premiara o castigara. Las mismas leyes del universo eran un sistema vivo, automático y justo.
La Energía Primigenia, como causa del universo, es un ser consciente que está en todo y en todos, que nos guía, nos nutre e inspira.
"Si lanzas una piedra al río, el agua no se vengará, pero las ondas se extenderán y cambiarán el flujo. Si dañas algo, lo perderás. Si ayudas, crearas armonía."
El eco de sus pensamientos lo llevó a otra reflexión. Recordó las historias de su abuela sobre sus antepasados: sus luchas, sus amores, sus sacrificios. A menudo había sentido un peso invisible sobre sus hombros, como si cargara con algo que no era suyo. Ahora, al pensar en la Energía Primigenia, comprendió que esa conexión con sus ancestros no era una simple metáfora.
"Somos herederos de la energía de quienes vinieron antes," pensó. "Sus alegrías, sus miedos, sus decisiones, todo se transmite. Pero no como una condena, sino como una oportunidad para transformar, sanar y crecer."
Y mientras las primeras estrellas comenzaban a brillar en el cielo, una última pregunta surgió en su mente: "¿Qué sucede cuando morimos?"
Fue entonces cuando recordó los relatos de aquellos que habían rozado la muerte, y una nueva certeza brotó en su interior. En muchos de esos testimonios, las personas hablaban de un túnel de luz, de encuentros con familiares y amigos fallecidos, y de una paz indescriptible que los envolvía. También describían la presencia de un ser de luz que, sin juzgar, los guiaba a revisar sus vidas con compasión y les invitaba a regresar.
"Esto no puede ser casualidad," pensó Isidro. "Demasiadas historias con elementos similares. Tal vez, cuando el cuerpo muere, no sea el final. Tal vez esa esencia eterna que todos compartimos vuelva a un lugar de origen, un estado de luz y amor puro."
De repente, la respuesta se reveló con claridad. Si esa Energía Primigenia daba vida a todo, entonces no podía desaparecer con la muerte.
"El cuerpo, como una hoja que cae del árbol, regresa a la tierra. Pero la esencia, la chispa que me anima, no puede extinguirse. La energía no muere, solo cambia de forma. Lo que soy en lo más profundo se reintegra al flujo eterno, como una gota que vuelve al océano."
Mientras reflexionaba, Isidro comprendió algo más.
"Actuamos como agentes de equilibrio o desequilibrio en este vasto entramado. Somos consciencia, sueño, a través del cual el universo se conoce a sí mismo."
Ahora entendía que sus elecciones no solo lo afectaban a él, sino a todo lo que lo rodeaba. Su vida no era un acto aislado, sino una expresión del universo mismo, buscando armonía a través de cada decisión.
Esa noche, Isidro regresó al claro. En lugar de orar con súplicas, se sentó junto al roble y, con humildad, invocó en silencio a esos seres de luz. No lo hizo desde la necesidad de ser salvado, sino con gratitud y confianza, pidiendo guía para alinearse con las leyes eternas de la Energía Primigenia, comprometiéndose a actuar con consciencia desde el amor y la compasión.
Por primera vez, Isidro comprendió que no necesitaba temer ni a la muerte ni al juicio divino. Él era parte de algo eterno, y en ese todo infinito, encontraba aliados invisibles.
"No hay premios ni castigos," murmuró con una sonrisa tranquila, "solo transformación, cambio. Solo el flujo continuo de la vida."
Y mientras caminaba bajo un cielo brillante cuajado de estrellas, sintió que el eco del universo hablaba en cada hoja, en cada piedra y en cada latido de su corazón. Supo que la paz que había buscado fuera siempre había estado dentro de él, aguardando a que la escuchara. Y, al abrazar esta verdad, sintió cómo su espíritu se elevaba, ligero y libre, vibrando al unísono con todo lo que lo rodeaba y las raíces de su propia historia.
Marín Hontoria
La Energía Primigenia puede concebirse como la Consciencia, siempre que entendamos esta última como la esencia fundamental y omnipresente de todo lo que existe. En este sentido, la Consciencia no solo sería el origen de la vida y la existencia, sino también su sustento continuo: el campo unificador que conecta y da sentido a toda manifestación del ser.
Desde esta perspectiva, la Consciencia/Energía Primigenia no sería algo separado o distante, sino intrínseco a cada elemento del universo. Todo lo que percibimos —materia, energía, pensamientos, emociones— sería una manifestación de esta Consciencia fundamental. Así, lo que llamamos "vida" podría entenderse como la expresión individualizada de esa energía primordial que actúa, siente y experimenta en infinitas formas.
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