Clara no supo en qué momento empezó a crecer dentro de ella la urgencia de expresar sus sentimientos, de abrirse por completo. Lo sintió como una presión suave, persistente, que fue tomando forma en los silencios, en los pequeños gestos, en las noches compartidas donde lo no dicho empezaba a pesar más que cualquier palabra.
Ella sabía lo que sentía por Marcos. Lo supo mucho antes de que pudiera ponerle nombre. Pero también aprendió a leer en él una especie de miedo: un retroceso apenas visible cada vez que se asomaban al borde de algo más. Una frase evitada, una mirada que se desviaba, una forma de reír para aligerar lo que empezaba a hacerse serio.
Ese miedo, al principio, la detuvo. Luego la contagió.
Y así, noche tras noche, se repetía a sí misma que se lo diría mañana.
Hasta aquella noche.
Estaban en su departamento, cenando lo que había sobrado del día anterior. Marcos parecía más distraído que de costumbre. Jugaba con el tenedor, miraba por la ventana, abría la boca para decir algo y luego se arrepentía.
—¿Estás bien? —preguntó Clara.
Marcos la miró por fin. No sonrió. No bromeó.
—He estado pensando —dijo—. En nosotros. En todo esto. Hace días que le doy vueltas a lo nuestro. Y creo que ya llegó el momento de ser más responsable… de hacer frente al compromiso.
—¿Y? —preguntó ella, sintiendo cómo le latía el corazón en la garganta.
—Yo también tengo miedo —confesó Marcos—. Mucho. A equivocarme, a perderte, a no saber cómo hacer que funcione. Pero hay algo que me da más miedo todavía…
Hizo una pausa. Sus ojos estaban firmes, aunque su voz temblaba.
—Me da miedo imaginar mi vida sin ti. Te amo.
Clara lo miró en silencio. Sintió cómo se aflojaba dentro de ella algo que llevaba demasiado tiempo apretado, atenazandola. Ya no había espacio para huir.
—Yo también —dijo, bajito—. Te amo, Marcos. Hace tiempo. Pero me asustaba decirlo. No quería que te sintieras incomodo, forzado o que salieras corriendo.
Él se rió, una risa rota pero sincera.
—Pensé en abandonar. Muchas veces. Pero nunca fui capaz de dar un solo paso que me alejara de ti.
Entonces se acercó y tomó su mano. Ninguno dijo nada más. No hacía falta. Porque por fin, sin promesas ni garantías, sin certezas ni máscaras, el mañana había llegado.
Y esta vez, lo enfrentaban juntos.
Marín Hontoria
Comentarios