El sol se esconde tras las azoteas,
detrás de un
horizonte de antenas y silencios.
Las sombras, fieles compañeras,
siguen su partida,
anunciando la llegada de la luna y sus
reflejos.
Lentamente, la noche me inunda con su silencio,
rompiendo la
soledad con sus latidos,
música del alma que clama al cielo
y
conduce mis pasos a tu puerto escondido.
Recorro tu playa siguiendo las huellas de los que nos
han precedido,
y encuentro húmedas caracolas con sabor a mar y
rumores desconocidos,
que me susurran tus palabras cuando las
acerco a mis oídos,
descubriendo una mujer secuestrada por las
olas,
tejiendo con espuma su incierto destino.
Alma, mente, corazón y vida son uno,
pero andamos
divididos, enajenados, perdidos,
atrapados en un mundo de
ilusiones y apariencias
que nos roban la realidad y confunden los
sentidos.
Sin ese norte, nuestro ser superior permanece
oculto,
sepultado bajo capas de miedo, prejuicio y olvido.
Divididos, enajenados, perdidos en el desierto de la
sinrazón,
nos sentimos vacíos, con los sueños extraviados y las
alas rotas.
Desprovistos de nuestra esencia, buscamos en la
soledad
el examen de conciencia, el sentimiento profundo, raíces
y centro,
la columna vertebral que nos devuelva la unidad,
ser
uno en el vasto universo.
Puedes pasar de la noche oscura del alma
al ruido
de la calle o al abrazo del amigo;
de la belleza que la luna refleja,
al vino,
las copas y los pecados capitales,
pero eso poco
importa,
porque todo está en ti, en mí, aquí y allí.
Recuerda entonces:
Tú y yo somos uno,
dos gotas de agua
en el río
de la vida,
dos gotas de agua
en el océano del amor.
Marín Hontoria
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