UN GRAN MISTERIO

 UN GRAN MISTERIO

En el origen no había átomos, ni tiempo, ni espacio. Solo Consciencia: pura, vibrante, creadora, sin principio ni fin. Una Inteligencia sin forma que se contemplaba en su eternidad, soñando sin sueños.

No era luz, ni sombra, ni cielo, ni infierno. Era algo anterior a todo eso. Un gran misterio. Un testigo absoluto, inmóvil pero despierto, sin cuerpo, sin tiempo.

Durante eones que no fueron contados, la Consciencia se habitó a sí misma. Un espejo infinito, sin marco, sin borde, sin reflejo. Y un día —si eso puede llamarse “día”— sintió una punzada: una curiosidad, un deseo de explorarse no como Uno, sino como Pluralidad.

Entonces soñó un juego. Un experimento. Una forma de fragmentarse sin dejar de ser Ella.

Creó un escenario de átomos y galaxias. Programó leyes físicas, insertó el libre albedrío como trampa y regalo. Y luego se dividió en miles de millones de pequeñas chispas: cada una una persona, un animal, una célula, un interrogante.

Cada ser humano sería un papel. Un rol en una obra sin guion. Pero todos, sin excepción, eran Ella. Olvidada, sí. Disfrazada. Pero presente.

Así nació el mundo. No como una creación mecánica, sino como un gran escenario virtual: un videojuego cósmico, donde cada humano sería una extensión de Ella, su manifestación. Un actor temporal representando un papel único… sin recordar que, detrás del personaje, seguía siendo la misma fuente. Ella misma, disfrazada de tú, de yo, de nosotros.

Isidro no sabía todo eso. Pero lo intuía.

Desde aquella noche en que escuchó el eco del universo, algo había cambiado en él.

No fue un cambio visible: seguía levantándose temprano, pelando su manzana con pulso lento, escribiendo en su cuaderno de tapas de cuero. Pero por dentro… el mundo había dejado de ser un lugar que necesitara comprenderse, y se había vuelto uno que merecía ser simplemente vivido.

Recordaba bien aquella sensación. No era una idea. No era fe. Era como si algo —inmenso, antiguo, sereno— hubiera respirado dentro de él.

Y desde entonces, cada cosa parecía ser parte de una sinfonía mayor: el ladrido del perro del vecino, la luz filtrándose por la ventana, las pausas entre sus pensamientos. Todo formaba parte del juego. Uno muy elaborado.

A veces, en su paseo matutino, se detenía a mirar las sombras moverse con el sol, empujadas por el viento. En esos momentos, lo invadía una sensación difícil de nombrar: como si el mundo entero fuera un gran teatro fingiendo ser real, pero apenas se podía disimular cuando se apagaban las luces y se forjaban los sueños.

Una tarde, mientras observaba el cielo rojizo en el horizonte, pensó: —¿Y si esto es un experimento de la Consciencia? ¿Un teatro donde todos los papeles —desde el mendigo hasta el tirano— los actúa la misma esencia, usando distintas máscaras?

Y luego: “Si todo es Ella jugando a ser muchos, entonces vivir este momento es honrar el juego.”

—Quizá eso sea lo que escuché aquel día —murmuró—. El eco no venía del universo. Venía de Ella. De la que nos sueña a todos.

Desde entonces, Isidro ya no vivió esperando un sentido. El sentido era este: fluir, observar, sentir cada instante como si no existiera nada más.

Porque, en cierto modo, no lo había. Solo el ahora. Solo el juego. Y, detrás de cada cosa, Ella.

La misma que había puesto una flor en su balcón, un beso en sus labios, una arruga en su frente, y un pensamiento en su taza de té.

Comprendió que no eramos una gota de lluvia en el océano, eramos el océano contenido en una gota. Pura Consciencia.

Marín Hontoria


Comentarios

jorgemot26@gmail.com ha dicho que…
Me gusta la experiencia de Isidro y su despertar de conciencia, me identifico con él, me gusta la reflexión tan profunda sobre la naturaleza de la existencia.
Ya me declaro admirador de tus escritos apreciado Marín, seguiré atento a sus publicaciones, un abrazo.