sábado, 3 de diciembre de 2011

Hacia un aula del siglo XXI


Iniciativa emprendedora. Educación y proyecto empresarial.

Estamos en el siglo XXI y la educación utiliza métodos del siglo XIX. Afortunadamente los aires de renovación que la sociedad demanda están penetrando, aún tímidamente, en las aulas, apuntando hacia nuevos proyectos en los que el alumno es el verdadero protagonista y el profe el facilitador.

Este es un ejemplo innovador aunque contagiado del espíritu de competencia que impregna nuestras empresas, habrá que trabajar duro para que se sustituya por la colaboración con la que todos ganan. Hay que dejar atrás el pensamiento de que para que uno gane otro ha de perder, afortunadamente cada vez cobran más fuerza las estrategias y el consenso hacia posiciones más estables y duraderas en las que todos ganan.

viernes, 2 de septiembre de 2011

La trampa de la educación de calidad



Javier Martínez Aldanondo,
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl

El 31 de julio, el diario El País publicó un artículo firmado por el último premio nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, titulado Más información, menos conocimiento. No comparto algunas de sus afirmaciones (creo que el cerebro humano está diseñado para tareas más elevadas que acumular información) pero el artículo, sin proponérselo, refleja el estado de la educación en la inmensa mayoría de países: el sistema educativo dedica casi todos sus esfuerzos a entregar a los alumnos información del pasado con el objetivo de que “sepan muchas cosas” en lugar de preocuparse por garantizarles la adquisición de conocimiento que necesitarán en el futuro o, es decir, que sean capaces de “hacer muchas cosas”. Y claro, confundir información (que es la experiencia ajena) con conocimiento (que es la experiencia propia) es un error gravísimo. Desde hace varios años, algunas de las principales universidades de EEUU como el MIT, Stanford o Yale ofrecen acceso gratuito a través de la web a la mayoría de los cursos que imparten. ¿Acción caritativa? Lo que están regalando no tiene un gran valor, es solo información. Es obvio que lo que se pretende enseñar en esos cursos sólo se puede aprender haciéndolo y no viéndolo como un simple espectador.
Chile se encuentra en estado de ebullición social al igual que ocurre con España. Lo que ha originado tanta convulsión es el conflicto desatado por el movimiento estudiantil ante la lastimosa situación de la educación. Las protestas han provocado ya el cambio del ministro de educación y tienen al gobierno y a la opinión pública atónitos sin saber cómo actuar. De forma resumida, son dos las grandes reivindicaciones de los estudiantes:
La primera es que la educación es cara (inequidad) y la segunda es que además, es mala (calidad). Sobre el primer aspecto, todo el mundo parece tener algo que decir, lo que conduce a que se sucedan las propuestas y contrapropuestas por parte del gobierno, estudiantes, oposición, partidos políticos y como no, opinólogos de turno, sobre temas como el lucro, la gratuidad, el financiamiento o la municipalización. Sin embargo, nadie se pronuncia sobre la calidad. Son multitud los que categóricamente, y con gran ligereza, no dudan en tildar la educación como mala pero acto seguido son incapaces de justificar su juicio. En 3 meses, no he leído un sólo argumento de por qué la educación es mala y, menos aún, qué hay que hacer para mejorarla. La razón es bien simple, quienes participan de esta discusión no tienen idea de cómo abordar el presunto problema de calidad porque en primer lugar, no saben cómo aprenden las personas. Hasta el momento, el único acuerdo consiste en reformar la constitución para incluir el derecho a una educación de calidad, como si ese formalismo fuese a cambiar milagrosamente algo. Si las peticiones de los estudiantes prosperan, en un tiempo más tendremos educación barata (o gratuita) pero igualmente mala. No parece un gran avance.
1. La educación es cara. Determinar por qué la educación es cara resulta sencillo ya que existen abundantes datos objetivos que lo confirman. Chile es el país de la OCDE con mayor desigualdad en la distribución de la riqueza. El 15% de la población acumula un 51% de los ingresos y el 10% de los hogares más ricos posee un ingreso per capita 78 veces superior al del 10% más pobre. El sueldo promedio mensual de un hogar en Chile ronda los 1.300 dólares, mientras el coste mensual promedio de estudiar una carrera universitaria ronda los 500 dólares. Esta aterradora realidad confirma que para poder estudiar en la universidad, un gran porcentaje de chilenos debe endeudarse solicitando un crédito bancario y permanece prisionero de esta obligación hasta 15 años después de graduarse. Estudiar una carrera en Chile es 19 veces más caro que en Francia y 4 veces más caro que en España. Datos verdaderamente escalofriantes para un país con declaradas aspiraciones a incorporarse en las próximas décadas al grupo de las naciones desarrolladas. Resulta entre vergonzoso e inexplicable que la educación sea considerada, ya desde el gobierno de Pinochet, como un bien de consumo (o más bien, un artículo de lujo que propicia un negocio muy rentable mientras condena a millones de ciudadanos a vivir al límite para llegar a final de mes) en lugar de ser considerado un bien de primera necesidad que el estado provee a sus ciudadanos precisamente para impulsar su progreso y contar con el mejor capital humano posible para acometer ese ansiado salto al primer mundo. Un par de ejemplos que muestran como la educación en Chile propicia el clasismo y la segregación social:
a. Los colegios privados realizan un exigente proceso de selección de alumnos mediante exámenes de ingreso a niños de 5 años (y también a sus padres), evitando que ingresen aquellas familias que pueden poner en riesgo el promedio de notas del colegio (ya que el precio que cobra se define en un “mercado” determinado por las notas que estos son capaces de garantizar a sus alumnos como paso previo a escoger universidad). Jamás en EEUU, Inglaterra o España observé un proceso de selección de esta naturaleza para estudiar en ningún colegio pero en Chile nadie se escandaliza. Tampoco cuando los medios de comunicación publican en sus portadas la lista de los alumnos con las mejores notas (que son recibidos por el presidente) y menos aún los rankings de los mejores colegios en función de las notas de sus estudiantes como “oportunamente” ocurrió la semana pasada demostrando una vez más su absoluta ignorancia sobre lo que significa la educación
b. En Chile, cuando alguien entrega su curriculum, resalta y exhibe el nombre del colegio en qué estudió. ¿Por qué a alguien debiese importarle en qué colegio o incluso en qué universidad estudiaste? En Chile es sinónimo de status, de pertenencia a una determinada casta. Por último, admiren esta perla contenida en la editorial de uno de los principales diarios: “tiene valor para la sociedad que el acceso a la educación superior sea visto como algo que requiere esfuerzo y supone sacrificios, una noción que se contrapone a la exigencia de gratuidad manifestada por algunos sectores”. Error imperdonable pero además dañino. El sacrificio no puede estar en el acceso sino en la salida. El objetivo no puede ser impedir la entrada (perpetuando la segregación) porque con la misma lógica, podemos dificultar también que los vagabundos, minusválidos o mayores de 65 años puedan votar. Al contrario, se trata de que estudie el que quiera. El objetivo es ponerlo difícil para “egresar” de forma que te tengas que esforzar para demostrar que aprendiste y poder salir al mercado en condiciones de ser útil a la sociedad, algo que hoy está lejos de ocurrir.
Nunca se podrá agradecer lo suficiente a los jóvenes que se hayan atrevido a denunciar esta situación aberrante, indigna de un país moderno y lo más grave de todo, dejando en evidencia a una desprestigiada clase política que, con independencia del partido al que pertenezcan, durante 30 años ha sido incapaz de modificar una situación inmoral. Han tenido que ser unos estudiantes impetuosos, que ni siquiera cuentan con experiencia laboral ni título alguno, quienes provoquen este cambio. Pero ¡ojo!, resolver el problema de la equidad es necesario y urgente pero en absoluto suficiente porque el asunto de la calidad no se resuelve fuera del aula y nadie está aportando una sola propuesta para mejorarla. Te pueden invitar a comer a un restaurant y luego regalarte la entrada al cine pero mientras la comida sea una bazofia y la película sea aburrida, es dinero y tiempo perdido. Personalmente, prefiero un buen producto aunque cueste algo de dinero frente a un mal producto aunque sea regalado.
2. La educación es mala (que sin duda lo es). He preguntado a varios expertos relacionados con la educación (en el ministerio, la universidad y otras organizaciones) cuáles son los criterios para determinar la calidad de la educación. Nadie parece poder argumentar objetivamente cómo establecer cuando una universidad entrega educación de calidad y otra no, quedando todo sujeto a opiniones y percepciones. ¿Tendrá que ver con la cantidad de profesores con doctorado que tiene la institución? ¿Con el ratio de alumnos por profesor? ¿Con las instalaciones con que cuenta, como metros cuadrados de biblioteca o laboratorio o computadores por alumno? ¿Con el número de papers que publican sus académicos o las patentes que registran? ¿Guardan esos elementos alguna relación con el conocimiento que supuestamente adquieren sus alumnos? La única respuesta que he obtenido sostiene que la educación es mala porque cuando se analizan los estándares internacionales como la evaluación PISA, Chile aparece muy retrasado en los rankings, concretamente en la posición 44 de 65 países. Se puede deducir por lo tanto que para tener una educación de calidad, un camino evidente debiese ser hacer todo tipo de esfuerzos por escalar posiciones en esos rankings. ¿Y de qué podrá depender ese bajo rendimiento que exhiben los estudiantes chilenos? Generalmente se ofrecen 2 respuestas para justificarlo:
• Los alumnos no estudian lo suficiente o lo que es lo mismo, si los alumnos tienen un mejor desempeño en futuros tests, las notas mejorarán, Chile remontará posiciones y podremos concluir que estaremos mejorando la calidad de la educación. No son pocos quienes respaldan esta opinión criticando el compromiso de los alumnos cuando no tildándolos directamente de vagos. Vean esta otra perla “No nos engañemos, nuestros jóvenes la quieren gratis y también fácil, ya que distan de ser ejemplo de sacrificio y dedicación a los estudios. Como sea la enseñanza, siempre se puede sacar más provecho de ella estudiando más” ¿Por qué será que para los jóvenes, estudiar no se encuentra entre sus prioridades? ¿Acaso éramos nosotros diferentes décadas atrás? ¿Es posible apasionarse con lo que propone el sistema educativo? Desde siempre, un alumno asiste a un aula porque debe (necesita un título) no porque quiera.
• Los profesores no conocen bien sus materias y no están en el nivel deseable. La solución entonces es clara, presionar por todos los medios para que tengamos profesores que dominen sus materias. Antes de recorrer este otro camino, hace falta es tener claridad sobre qué entendemos por un buen profesor. El mejor profesor no es el que más sabe (y más postgrados acumula) sino el que mejor logra que sus alumnos aprendan y sobre todo, se apasionen por aprender. Universidades y colegios están repletos de profesores que saben mucho de sus especialidades pero no tienen la menor idea de cómo lograr que sus alumnos aprendan (de otro modo, no enseñarían de la manera que lo hacen). Esto ocurre porque durante su proceso de aprendizaje, todo el énfasis estuvo puesto en que “supiesen mucho de su ámbito” pero nadie se preocupó nunca de enseñarles cómo se aprende. Nadie en su sano juicio podría oponerse a tener mejores profesores pero, en el contexto de un modelo que les obliga a enseñar cosas inútiles, a hacerlo de manera ineficiente y a obsesionarse con que a sus alumnos les vaya bien en los exámenes, es igual que obstinarse con que sean cada día mejores “barriendo un camino de tierra”. No tiene ningún sentido.
No son pocos quienes, con añoranza, creen que tenemos peor educación que hace 40 años, peor materia prima (jóvenes menos capacitados, poco esforzados) y desde luego, peores profesores.
¿Crees que tuviste acceso a una mejor educación que tus padres y estos a su vez que los suyos? Pues entonces, estate seguro que tus hijos disfrutan hoy de una mejor educación que la que tuviste y sus profesores están mucho mejor preparados que los que tuyos. No hay duda alguna de que, aun con problemas muy profundos, tenemos la mejor educación de la historia. Nunca hemos tenido jóvenes con más talento. Indiscutiblemente hay profesores buenos, regulares y malos (igual que pasa con los abogados, médicos, ingenieros o periodistas) pero también es justo reconocer que no cuentan con ninguna facilidad para ejercer adecuadamente su profesión.
¿Se imaginan que para determinar la calidad de los restaurants de una ciudad, el criterio fuese hacer un test a los cocineros para verificar cuanto saben sobre recetas, alimentos y platos? Sería ridículo. ¿Alguien cree seriamente que es posible medir la educación con números? ¿Qué la calidad la determinan los resultados de tests, notas y rankings? En ese caso, la primera conclusión es que la inmensa mayoría de los adultos no fuimos educados como confirma esta mini encuesta de hace unos meses para indagar cuanto reconocemos que aprendimos en la universidad. Por suerte, no existe correlación alguna entre estudiar muchas cosas o sacar buenas notas con estar preparado para enfrentar exitosamente la vida. Los tests solo miden la capacidad de memorizar y son por tanto irrelevantes (a ningún país se le ocurriría entregar el carnet de conducir por el hecho de superar únicamente el examen teórico). Si los números no son un buen criterio para evaluar la calidad de la educación, entonces, ¿cómo se determina? Lo primero es consensuar algunos puntos:
¿Qué es educación? Son todas las experiencias que aprendes a lo largo de tu vida y que eres capaz de recordar ya que si, cuando lo necesitas, no lo recuerdas, simplemente no fuiste educado sino informado. El aprendizaje es experiencia, todo lo demás es información
¿Por qué educamos a los jóvenes? Al contrario que el resto de animales, los seres humanos necesitan varios años de acompañamiento antes de valerse por sí mismos. En tiempos antiguos, el hombre resolvió ese dilema copiando el proceso natural (con el modelo del aprendiz y un rol destacado por parte de ancianos de la tribu) pero al incrementarse las exigencias, se inventó la educación formal (colegio y universidad), un concepto artificial y antinatural basado en una serie de pilares que han resistido incólumes el paso del tiempo y siguen plenamente vigentes: Títulos, asignaturas, horarios, aulas, profesores, cursos, exámenes, notas, etc.
¿Qué objetivo tiene la educación? Preparar a los jóvenes para la vida que les espera y no estudiar y acumular información desligada de la realidad. ¿En qué se parece la vida a lo que sucede en un aula?
¿Qué promesa hace entonces la educación? Garantizar a todo alumno que cuando finalice el proceso, contará con un conjunto de herramientas que le permitirá desenvolverse de forma autónoma y con criterio propio en el mundo que le rodea.
¿Cumple la educación con la promesa que hace? Depende de lo que consideremos que es importante saber para desenvolverse adecuadamente en la vida y cómo la educación te prepara para ello. Sorprende que no exista ni siquiera debate al respecto. Pero cuando se consulta al ciudadano común, los resultados son coincidentes y demoledores. Nadie menciona trigonometría, química o historia sino que unánimemente aparecen habilidades esenciales como razonar, comunicarse, trabajar colaborativamente, reflexionar, manejarse a sí mismo, creatividad, o emprendimiento. Debiese horrorizarnos que los curriculums escolares o universitarios no recojan nada de lo que consideramos prioritario para vivir y trabajar. Todo parecido entre las asignaturas que estudiamos y lo que te espera en tu vida adulta es pura coincidencia. Todo empleador sabe que tendrá que invertir entre 1 y 2 años en re-educar a cualquier licenciado recién contratado antes de que comience a ser productivo porque nunca aprendió cosas útiles que justifiquen su sueldo. La promesa, por tanto, se incumple groseramente y sin consecuencias aparentes. Seguimos enseñando obstinadamente lo mismo sabiendo que además de no aplicarlo jamás, lo olvidamos. Los escolares finalizan los 12 años de escolaridad con su capacidad de aprender atrofiada mientras que la universidad en lugar de prepararte para trabajar, te educa para ser académico, algo que los propios estudiantes denuncian cuando se dan cuenta de las enormes dificultades que tienen para encontrar trabajo ya que es muy poco lo que son capaces de aportar a una empresa.
¿Cuál es la mejor manera de aprender? No es ninguna sorpresa que aprendemos de la experiencia aunque las aulas nunca fueron diseñadas para experimentar. Es indiscutible que si la mejor manera de aprender es haciendo, entonces todo el proceso de aprendizaje de niños, jóvenes y adultos debe ser practicando y no escuchando o leyendo. Para ello necesitamos una reforma profunda del curriculum y de las metodologías de aprendizaje.
¿Quién puede juzgar la calidad de la educación? No existe institución educativa alguna en el mundo que no considere que ofrece educación de calidad. La educación es el único ámbito donde quien evalúa la calidad del servicio no es quien lo recibe sino el mismo que lo entrega, lo que resulta poco creíble y sobre todo, poco serio. Para evaluar la calidad de la educación, hay que comprobar cuan bien cumple con los objetivos que promete, lo que implica verificar que los alumnos saben hacer cosas útiles cuando terminan y eso no lo pueden hacer quienes la imparten sino quienes la reciben: los estudiantes que siguieron el proceso, sus padres que lo financiaron y las empresas que los emplean.
¿Qué se le puede pedir a la educación? Que te coloque en “modo aprender” para toda la vida y te ayude a encontrar tu causa, tu vocación, que te ofrezca oportunidades para desarrollar tus talentos hasta que encuentres lo que te pueda interesar o entusiasmar. Para ello, debe ser una experiencia permanente, un continuo bombardeo de estímulos, desafíos y situaciones variadas para que compruebes en qué destacas, que cosas no van contigo y logres encontrar tu pasión. “Un futbolista solo rinde al máximo cuando se divierte” Johan Cruyff. La educación no puede seguir siendo un montón de asignaturas desconectadas entre si y sin relación con lo que te espera en el futuro.
La incapacidad de los distintos actores para ofrecer propuestas que mejoren la calidad de la educación es lógica. Están convencidos de que el proceso es correcto y lo que fallan son los resultados ya que no han conocido otro modelo que el que tenemos, que insiste machaconamente en que hay que estudiar (aunque sean cosas absurdas que nunca recordarás ni usarás) y sacar buenas notas. La educación responde a una concepción pueril del mundo que considera que todos somos iguales, viviremos vidas idénticas y por eso debemos aprender lo mismo y de la misma manera. Vivimos en la era de la innovación pero ni siquiera ha existido la oportunidad de plantear un modelo distinto, de darle una oportunidad y analizar qué resultados obtiene. Si de verdad nos preocupa la calidad de la educación, hay que meterse dentro del aula porque el resto son sólo detalles secundarios. No influirá que haya lucro o no, que sea gratuita, que haya una superintendencia que fiscalice o que haya mejores profesores. Mientras sigamos enseñando lo que enseñamos y de la forma que lo enseñamos, seguiremos persiguiendo molinos de viento. La educación seguirá insistiendo en entregar información en lugar de conocimiento.
Hoy muchos padres chilenos están preocupados ante la posibilidad de que sus hijos pierdan el año académico. ¿Tienen importancia las asignaturas perdidas este año para la vida futura de sus hijos? Ninguna. Al contrario, debiesen concentrarse en aprovechar lo que pueden aprender mientras tienen que organizarse durante las movilizaciones y tomas, al estudiar los planteamientos del gobierno, rebatirlos y presentar sus propias propuestas, discutir sobre los episodios de violencia, etc. Lo que debería estar en juego es si seguimos educando a nuestros hijos para que memoricen y repitan las cosas que les obligamos o los educamos para que tengan un pensamiento libre. Lo que está pasando en el mundo es una señal evidente de que el sistema actual, donde todo se convierte en mercancía comprable, vendible y medible en dinero y donde educamos para competir y ganar al precio que sea, está agotado. Como sabiamente me repetían mis padres, “no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita”. La educación consiste en abrir los ojos y nuestros jóvenes, a quienes no podemos pedir que solucionen el problema de la calidad porque no tienen conocimientos para ello, nos han dado una importante lección.



viernes, 15 de abril de 2011

Buenas intenciones no bastan


Un día el mulá Nasrudin vió a un maestro de escuela conducir un grupo de alumnos a la mezquita.
--¿Cuál es el propósito de esta actividad, docto maestro? -preguntó el mulá.
--Hay una sequía tremenda -dijo el maestro-. Esperamos que el ruego de los inocentes conmueva al cielo.
--Ruegos inocentes o culpables -respondió Nasrudin-, nada puede tener efecto sin conocimiento.
--¿Cómo puede usted probar una afirmación tan peligrosa? -farfulló el afrentado pedagogo.
--Es fácil -dijo Nasrudin-, porque si las súplicas y las intenciones dirigidas por la necesidad aparente fueran suficientes, no quedaría un solo maestro de escuela sobre la tierra. Los niños anhelan su abolición.

sábado, 19 de marzo de 2011

EN EL CAMINO APRENDÍ


En el camino aprendí, que solo importa el presente, lo cotidiano, las pequeñas cosas, la belleza de una rosa y de la hoja que mece el viento.

En el camino aprendí, que puedo hacer muchos planes para un mañana incierto y que perderé el tiempo pues la vida es un fluir del que no podemos controlar cada momento.

En el camino aprendí, que no puedo conocerlo todo, que moriré en el intento, que soy un pequeño engranaje en un gran e infinito universo.

En el camino aprendí, que a pesar de ser pequeño puedo hacer grandes cosas a lo largo del tiempo.

En el camino aprendí, que no estoy solo, que tengo ayudas, que tengo guías si abro mi puerta, si asiento a esa superior fuerza que aunque no logro comprender es mi apoyo y mi sustento.

En el camino aprendí, que cuando no soy nada formo parte del todo, que solo tendré lo que di y que estoy aquí para servir a un propósito que desconozco.

En el camino aprendí, que se hace camino al andar, que no podemos parar, que importa más el camino que el destino, que tengo un trabajo que hacer y cualquier otra cosa me hará retroceder.

En el camino aprendí, que tengo un trabajo que hacer y cualquier otra cosa me hará retroceder...

viernes, 4 de marzo de 2011

"Cuando a una persona se la reconoce, crece"



La Contra. La Vanguardia.

Saturnino de la Torre, catedrático de Didáctica e Innovación Educativa en la UB

Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet

04/03/2011 - 00:21

Empezó siendo profesor de primaria y de bachillerato hasta que entendió que a quien había que formar era al profesorado. Ha sido coordinador del Grupo de Investigación y Asesoramiento Didáctico, promotor de la Red Internacional de Creatividad y presidió la Asociación para la Creatividad. Toda su vida ha girado en torno a la innovación educativa, la creatividad y su estimulación, con más de cuarenta títulos publicados. "Educar es sacar lo mejor de cada persona", asegura. Para él, nunca es tarde para aprender a vivir y a relacionarse, por eso impulsa el III Forum Internacional Innovación y Creatividad. La adversidad como oportunidad (sidtransdiciplina@yahoo.es).

Qué aprendió como maestro?


Lo importante que es el cariño, el trato, el generar confianza... Transmitir al alumno la idea de que crees en él.

¿En todos?

Todo alumno tiene al menos una capacidad que le hace sobresalir; debemos ayudarle a encontrarla, porque cuando a una persona se la reconoce, crece y se entrega al aprendizaje. La ciencia nos está demostrando que pensamiento y emoción están unidos, así nace un nuevo concepto...

Sentipensar.

No hay ninguna acción humana, dice el biólogo Maturana, sin una emoción que la establezca y la torne posible como acto. Tanto el pensar como el actuar ocurren en el espacio determinado por las emociones.

¿Y cómo se lleva a las aulas?

Siendo conscientes de que se aprende con todo el cerebro. Palabra, imagen, música, símbolos, se refuerzan unos a otros.

¿Eso significa que hay que relacionar la música con las matemáticas y la lengua?

Sí, se trabaja con proyectos integradores de varias disciplinas, se incorpora la vida en el aula.

¿Y qué conseguimos con eso?

Hasta ahora nuestra educación ha estado basada en contenidos empaquetados y el alumno se ha alimentado de este tipo de comida.

No suena muy bien.

Es necesario otro tipo de alimentación que les ayude a desarrollar competencias, conocimientos, habilidades, actitudes, valores... Estamos formando a la persona, al ser.

Cuénteme sus experiencias.

Hay jóvenes que han llegado al bachillerato sin sentir ningún tipo de emoción hacia el conocimiento, sencillamente porque hemos sacado la emoción de las aulas.

Puro trámite para el futuro.

Así es. Hay que cambiar la conciencia, en la educación hacen falta reformas de base, de visión, darnos cuenta de lo importante que son los valores, las relaciones. Mi función no es enseñar, sino hacer que el alumno aprenda.

Está claro que algo falla.

Hemos pasado por cuatro grandes etapas en la educación. En la era agrícola el fundamento de la educación eran las creencias. En el siglo XVIII vino la industrialización y con ella la instrucción, el conocimiento de la ciencia. En los años ochenta aparecen las telecomunicaciones y pasamos de los conocimientos a las competencias, del creer al tener: conocimientos, riqueza, poder...

¿Y ahora?

Estamos en el saber hacer, y debemos educar para ser. Simplificando mucho, educar es sacar las capacidades y la bondad que hay en las personas. En todo ser humano hay creatividad y hay bondad, ¿por qué no tratar de compartirla?

La creatividad es uno de sus temas.

Treinta y ocho años de investigación. En la infancia tenemos un gran potencial creativo que luego queda dormido y emerge, en el mejor de los casos, ante la necesidad, ante la adversidad. ¿No sería mejor incorporarlo como herramienta desde la infancia?

¿Cómo?

Eso es lo más fácil: hay que dejar hacer. El 95% de los alumnos son creativos y sólo lo son el 5% de los adultos, ¿Qué ha pasado?

¿Se ha perdido por el camino?

Sí, por los patrones cerrados de la educación y de la sociedad. El alumno tiene capacidad de crear ideas, de inventar, de vibrar, de emocionarse. Y la emoción es el patrón más importante para que la creatividad emerja.

¿Y para mantenerla a flote?

Favoreciendo su expresión y educándola de acuerdo a las edades: en la primera infancia se expresa a través de la fantasía; en la edad escolar, en la aventura y la incitación al descubrimiento; en la adolescencia, en los retos, y en la juventud, en la búsqueda de las innovaciones y la proyección social. Y se trabaja a través de proyectos integradores.

¿Y cuál es la esencia de esos proyectos?


El camino es crear las condiciones para que emerja la creatividad en ellos y aplaudirla. Si un alumno interviene con algo creativo hay que aplaudirle literalmente. La sensación que siente por ese reconocimiento de su profesor y compañeros es imborrable. Si reconoces una cosa pequeña, se multiplica.

Creatividades hay muchas. ¿Qué hay que aplaudir?


La creatividad debe llevar valor, salir de sí para que el otro se beneficie, y cuando los demás reciben eso y se emocionan, y sienten y les toca, la creatividad se contagia y se multiplica. Se trata de crear habilidades, actitudes, hábitos, competencias básicas.

Entiendo.

Hay que formar en la flexibilidad, que es uno de los valores importantes junto a la adaptación de la creatividad, quien los ha asumido no tendrá fracasos porque será capaz de mudar, de adaptarse a situaciones.

... Condición para la felicidad.

Se trata de crear un escenario más que un aula, de utilizar toda clase de recursos que tengan un componente emocional. Detrás de cada gran idea hay una emoción, una profunda pasión, un deseo, una necesidad de hacer y de comunicar.

¿No le pedimos demasiado a las aulas?

Cuando estoy enseñando matemáticas, con mi manera de hacer estoy transmitiendo unos valores implícitos. Cuando tomo conciencia de ellos y los hago explícitos toman un valor mayor: el del sentido.

http://www.lavanguardia.es/lacontra/20110304/54122411029/cuando-a-una-persona-se-la-reconoce-crece.html

viernes, 7 de enero de 2011

El conocimiento más valioso



Javier Martínez Aldanondo,
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl

Un caballero entra en un bar, se sienta en la barra y le pide un Bloody Mary al barman que le atiende. Al cabo de pocos minutos, le sirven el cocktail y tras probarlo, llama al barman y le dice: “Este es un Bloody Mary bastante mediocre ¿Me quiere decir que no puede prepararme un Bloody Mary mejor?” El barman sorprendido pide disculpas, retira vaso y se dirige a la cocina a preparar un segundo cocktail. Instantes más tarde se presenta, temeroso, con un nuevo Bloody Mary que ofrece a su incómodo cliente. “Humm, este Bloody Mary está mucho mejor que el anterior aunque creo que se puede mejorar. Quiero que me traiga el mejor Bloddy Mary que usted haya preparado jamás” Desesperado y confundido, el barman vuelve a la cocina, revisa un par de libros de cocktails, consulta en Google, llama a un colega y pone todo su esmero en la tercera versión de la bebida. Cuando el cliente lo prueba exclama: “Excelente, esto ya es otra cosa, sólo tengo una pregunta ¿Me puede explicar porque no me lo sirvió así la primera vez que se lo pedí?”

Durante el mes de noviembre, un proyecto del Banco Mundial para realizar un benchmark sobre Transparencia y Acceso a la Información me permitió entrevistar a responsables de instituciones de 6 países de América, desde Canadá hasta Uruguay. Una de las preguntas que les formulé era idéntica a la que aparecía en la encuesta del newsletter de noviembre y que venía preguntando a directivos de empresas hacía ya bastantes meses: ¿Qué es lo que más valoras de la gente que trabaja en tu organización? Confieso que esperaba que, mayoritariamente, las respuestas se orientasen hacia temas relacionados con los resultados: productividad, ventas, eficiencia, etc. Sin embargo la respuesta ha sido coincidente y sorpresiva. Lo que los directivos eligen como lo más valorado es la actitud. Cómo varios de ellos me dijeron literalmente “dame a alguien que tenga hambre y yo me ocupo de que aprenda el resto”. De forma increíble, un intangible tan esquivo y escurridizo aparece como el elemento esencial que las personas aportan a las instituciones para las que trabajan.

La Real Academia de la Lengua relaciona actitud con ánimo. Es evidente que bajo el concepto de actitud, se asocian multitud de términos como motivación, pasión, entusiasmo, dedicación, inquietud, interés, determinación, etc. Una encuesta reciente desarrollada por Deloitte, aporta una estadística demoledora: sólo 1 de cada 5 trabajadores están totalmente involucrados con su empresa. Si volvemos a la historia sobre el barman y el Bloody Mary, hay una pregunta que en mi opinión es absolutamente crucial: ¿Por qué no siempre das el 100%?. Multitud de investigaciones demuestran que el rendimiento de las personas se ve totalmente influenciado por su actitud respecto del trabajo que desempeñan y de la organización para la que trabajan. Si sólo el 20% despliega la actitud deseada, ¿Son los directivos conscientes del desperdicio de energía y oportunidades que eso supone? ¿Y del gasto de energía que supone tener empleados descontentos y estresados? Hay más preguntas que resulta ineludible abordar: ¿Es la actitud algo que viene ligado al ADN de la persona o se puede aprender? ¿Cómo se detecta la actitud a la hora de seleccionar a un recién licenciado o de contratar a un profesional para mi organización? Desgraciadamente, una entrevista de trabajo o un curriculum no te dicen nada sobre la actitud de esa persona. Si la actitud es realmente lo más importante, ¿Cómo se genera la actitud?

La actitud es un conocimiento. Me niego a admitir que la actitud sea genética y por tanto un privilegio que le es concedido a algunos. Al contrario, mi experiencia me indica que la actitud se aprende, se puede fomentar, entrenar, moldear y mejorar - también reprimir- lo que la convierte en un conocimiento. Si repasamos la definición de conocimiento, se trata de todo aquello que te permite tomar decisiones y actuar, es decir, debe ser demostrado y además fue aprendido. No cabe duda de que hay personas que tienen más facilidad para aprender que otras o que cuentan con mayor predisposición hacia determinados temas pero no conozco a ninguna persona que no sienta interés por nada. Lo que ocurre es que a las personas les interesan cosas que no tienen absolutamente nada que ver con sus trabajos y las empresas no hacen ningún esfuerzo para averiguar qué es lo que verdaderamente mueve y entusiasma a sus integrantes.

Todo niño tiene actitud aunque cada uno lo encauce hacia temas diferentes. ¿Conoces algún niño que haya decidido no aprender a andar o a hablar por considerarlo demasiado difícil o poco estimulante? Para lograrlo, ninguno necesitó hacer cursos, ir a la escuela, tener un profesor ni hacer exámenes. De hecho, ningún niño se estresa con la evaluación de su progreso a la hora de caminar o hablar, más bien al contrario, es el más interesado en ella. Lo malo es que esa actitud dura exactamente hasta que comienzan a ir al colegio. ¿Cómo se aprende la actitud? Algunas sugerencias:

1. Libertad para seguir tus propios intereses: Os puedo contar 2 ejemplos muy claros relacionados con el hábito de la lectura. A mi hijo Iñigo, le apasiona el fútbol hasta límites inconcebibles en un niño de 6 años al que nadie le ha fomentado semejante pasión. Como está aprendiendo a leer y para ayudarle a mejorar ese proceso, no hay mejor estrategia que ofrecerle leer temas relacionados con el futbol. No es necesario hacer ningún esfuerzo para que lea porque está haciendo algo que le encanta y yo consigo también el objetivo que me propongo. Durante mi etapa universitaria, cuando se acercaba la época de exámenes me tenía que autoimponer no empezar a leer una novela. La razón era que en caso de que me gustase, era capaz de permanecer hasta altas horas de la noche enfrascado en su lectura lo que podía poner en peligro el tiempo que debía dedicar a estudiar las “apasionantes” asignaturas de la carrera de Derecho. Cuando algo te interesa, no necesitas que nadie te obligue o te persiga para hacerlo. Ejercer esa libertad lleva implícito contar con espacios para proponer, experimentar, decidir y asumir las consecuencias. No contar con ellos, asfixia la actitud.

2. Al contrario de lo que pasa con las asignaturas del colegio, la actitud, como todos los intangibles no se puede enseñar de forma directa. En realidad, nada puede enseñarse mientras que casi todo puede ser aprendido. Al ser indirecta, la actitud es un conocimiento de segundo nivel que no puede ser medido en sí mismo sino que se convierte en un multiplicador que facilita o dificulta (cuando no existe) la obtención de los objetivos que te importan. En el ejemplo de mi hijo, mientras lo que persigo es mejorar su habilidad de lectura, su actitud es el factor principal para lograrlo.

3. Apropiación: La educación escolar obliga al alumno a permanecer sentado en una silla durante miles de horas. Sin embargo, cuando haces (en lugar de cuando escuchas), en primer lugar te conviertes en protagonista y en segundo lugar lo que haces te pertenece, lo que crea un vínculo de propiedad y al mismo tiempo de responsabilidad sobre el producto y su resultado. Hace escasos 3 días propusimos a mis hijos y sobrinos construir un barco de arena en la playa que fuese capaz de resistir los embates de la marea. Ninguno de ellos tiene necesariamente vocación de ingeniero naval o marino pero su nivel de involucramiento fue espectacular, como no podía ser de otra manera y como nos sucedió a todos nosotros cuando fuimos niños. Cuando algo te importa y además el desenlace depende directamente de tu actuación, se genera un sentimiento de identidad respecto de ese desafío que reconoces como tuyo. ¿Te imaginas cómo reaccionas si de repente alguien viene y te destruye ese barco que no es más que un montón de arena? Muchas cosas que desconoces se vuelven muy interesantes cuando las pruebas y además asumes el protagonismo.

4. Satisfacción por los logros obtenidos: La historia de los pescadores en Japón de la columna 36 está relacionada con los desafíos. Necesitas tener metas que alcanzar que sean un poco más elevadas que tu nivel actual para que te supongan un esfuerzo. Necesitas contar con la libertad y autonomía necesaria para explorar alternativas, que el error no sea castigado de manera que se vaya generando tolerancia a la frustración, obtener ayuda sólo cuando ya no puedas solucionar por ti mismo el problema y por supuesto, recibir el feedback correspondiente para aprender y progresar. Lograr una meta deseada genera satisfacción y mejora la confianza y la autoestima.

5. Práctica repetida: Como dice el refrán anglosajón, “practice makes perfect”. La práctica conduce irremediablemente hacia la maestría y por lo general, cuando te vuelves diestro en algo, es en primer lugar porque ese algo te atraía poderosamente y porque actualmente sigues disfrutando al hacerlo y tratando de seguir progresando. Todo esto conlleva un cambio de paradigma radical en el que aprendes a ser responsable de tus decisiones en lugar de tener a alguien controlándote (y a quien echar la culpa).

La responsabilidad de la educación: El sistema educativo traiciona sistemáticamente todos los rasgos expuestos en el punto anterior. Insiste en que el mundo se divide en asignaturas (es decir en datos) que además se enseñan de forma directa, se olvida por completo de los intangibles, jamás entrega al niño la libertad para seguir sus intereses (porque alguien ya los decidió por él), no tiene ningún interés en que se apropie y se enamore de lo que aprende, los logros obtenidos, es decir, las notas, generan satisfacción (o decepción) en todos menos en el joven que es quien verdaderamente sabe de su inutilidad y la práctica simplemente brilla por su ausencia. Por lo tanto, la primera responsabilidad de la falta de actitud de los adultos tenemos que situarla en la implacable labor castradora que llevan adelante el colegio y la universidad. El colegio dispone de 12 años para ayudarte a tomar la primera decisión realmente trascendental de tu vida: encontrar tu vocación y escoger tu rumbo profesional, es decir, qué carrera quieres estudiar en la universidad, pero ni siquiera es capaz de cumplir con ese objetivo. La mayor parte de jóvenes reconocen que no tienen ni idea de en qué consiste la profesión que están eligiendo lo que hace que muchos cambien pronto de carrera y un porcentaje enorme termine trabajando en ámbitos sin relación alguna con lo que estudiaron. Pero si esta situación ya es grave, lo peor de todo es que no educamos a los niños y jóvenes para pensar. El colegio te enseña a usar la mente para recordar datos, sin querer entender que la mente hace muy mal ese trabajo. Esto es algo que compruebo con cada conferencia que doy donde mi primera actividad es pedir a los asistentes que respondan 10 preguntas (de temas como lenguaje, matemáticas, física, química, geografía, filosofía, biología, historia, etc.) sacadas del examen de acceso a la universidad. Casi nadie es capaz de contestar correctamente más de 2 preguntas. A pesar de esta evidencia, seguimos enseñando a los niños a obedecer y seguir reglas y a soportar cosas que ni les importan ni les interesan mientras lo realmente atractivo ocurre fuera del colegio. Con ello, lo que de verdad aprenden es a disimular y a seguir el juego a sus profesores. No queremos asumir que les estamos enseñando desde muy temprano a mentir, a decir lo que conviene en lugar de lo que realmente piensan porque el colegio se basa en que hay respuestas correctas e incorrectas. Les incitamos a que copien porque rápidamente observan en los adultos que el fin justifica los medios. Destruimos su creatividad porque no interesa que cada uno busque nuevas y distintas formas de hacer las cosas sino que sólo importa aquella respuesta que conduce a la mejor nota aunque sea absurda e imposible de recordar meses después. Educamos para acumular datos y regurgitarlos en lugar de usar la mente en toda su potencia. ¿Cuándo enseñaremos a ocupar la mente para tareas mucho más elevadas y nobles como razonar, imaginar, soñar, inventar, tomar decisiones (donde el error y fracaso son parte del juego igual que ganar y perder lo es por ejemplo en el deporte) y, en definitiva, hacerte responsable?. Lo que el sistema educativo entrega como resultado son personas escasamente proactivas, temerosas y cautelosas en exceso, muy poco inquietas y que esperan que alguien les indique el camino y les diga qué hacer. Solo aprendes a nadar si te tiras a la piscina, sientes que te puedes ahogar y te demuestras a ti mismo que puede s salir a flote.

La responsabilidad del management:
Para nadie debiese resultar una sorpresa comprobar que las empresas están armadas bajo la misma premisa que el sistema educativo: estructura jerárquica donde los vértices superiores piensan y mandan y los inferiores obedecen y ejecutan sin cuestionar pero sin rendir lo que podrían porque su trabajo tiene poco que ver con sus intereses. Se repite en la empresa lo que pasaba en el colegio: las personas apenas tienen espacios de libertad y cuentan con muy poco margen de actuación porque alguien ya definió los objetivos a alcanzar y cómo alcanzarlos y por tanto la posibilidad de participar y aportar es mínima. Como consecuencia, los trabajadores no se sienten parte de un proyecto común, no integran un equipo, no se apropian de su trabajo y finalmente la actitud no difiere de la que mostrábamos en el colegio: disimulábamos entonces y disimulamos ahora. Hay muchas razones por las que las organizaciones siguen un modelo vertical y burocrático heredado posiblemente del Ejército y la Iglesia (y que las escuelas de negocios insisten en seguir enseñando obtusamente). También el management se inventa con el foco puesto en la eficiencia y en producir bienes y servicios a gran escala para hacer felices (y ricos) a los accionistas. En esa lógica, los empleados sólo eran otro recurso más a gestionar, el más fácilmente manipulable y desde luego no el más importante.

La realidad económica actual nos demuestra sin embargo que las organizaciones son cada vez menos productivas y mi impresión es que ello se debe a cómo las estamos gestionando. Los directivos pueden saber qué tipo de organizaciones desean tener e incluso dónde quieren llevarlas pero no saben cómo hacerlo y desde luego, no bastan las buenas intenciones. Reflexionemos sobre lo que pasa en la empresa en que todos hemos “trabajado” alguna vez en la vida, la familia, para comprobar que el mundo ya cambió: Tus padres llamaban a los suyos de “usted” y jamás se les hubiese ocurrido negarse o discutir una instrucción de su padre, al contrario de lo que hoy sucede en cualquier familia medianamente moderna. Gestionar una empresa es como gestionar una familia, el modelo no puede ser impositivo y por tanto no puedes gestionar a los trabajadores de hoy con las reglas de hace 1 siglo. Al contrario que en la era de Henry Ford, quien se quejaba de que aunque sólo necesitaba brazos, estos le llegaban con un cerebro, hoy las empresas necesitan cerebros que piensen pero no saben cómo gestionarlos porque requieren más autogobierno y menos control y jerarquía. Hoy los trabajadores del conocimiento se consideran jefes de sus propias tareas, demandan menos supervisión y cuando sienten que no se les permite florecer, que su talento se desperdicia, automáticamente su actitud decae, dejan de rendir y rápidamente se van. El despotismo no tiene futuro. Los países más avanzados y desarrollados son también aquellos de mayor tradición democrática y donde el individuo goza de mayor libertad. ¿Conoces alguna dictadura desarrollada?. Necesitamos un nuevo modelo de gestión y para ello hay que preguntarse si la definición tradicional sirve para gestionar elementos (los intangibles) que no eran relevantes cuando se acuñó. ¿Todo se puede gestionar, incluso lo que no se puede ver, tocar ni medir como la felicidad, el amor, el miedo o la actitud? ¿Cómo se gestionan los intangibles? Ya hemos dicho que no puedes actuar sobre ellos directamente, entre otras razones por que no se comportan igual que los activos físicos (no ocupan espacio, no pertenecen a las empresas sino a las personas, incrementan su potencia con el uso, aumentan su valor cuando se comparten…). Las organizaciones reconocen tener problemas para gestionar sus intangibles porque su diseño no fue pensado para realizar esa función.
Necesitamos acuñar otro concepto distinto de gestión pero sobre todo, diseñar nuestras organizaciones de una manera diferente, con la prioridad en atraer e inspirar a las personas y conseguir que mantengan la actitud en lugar de desmotivarlas y ahuyentarlas.

El modelo de empresa donde unos hacen y otros controlan resulta caro y poco eficiente. Si no estás haciendo lo que de verdad quieres, si no te apasiona, si no te sientes dueño de tu destino, simplemente no das todo lo que tienes. El resultado del trabajo es muy distinto cuando haces algo que te gusta. En todos los casos entregas algo pero el proceso y sobre todo, la calidad del resultado no tienen nada que ver. Para empezar, si me gusta, no tienes que vigilarme y puedes estar seguro que voy a entregar mucho más de lo que daría si no lo disfruto.

El 1 de diciembre, mi amigo José Caraball me invitó al curso Getting Things Done qué imparte regularmente y durante el mismo formuló la siguiente pregunta: Si estuvieras en tu lecho de muerte, ¿Qué último consejo darías a tu nieto de 10 años? Su propuesta fue “Sé feliz”. Si estamos de acuerdo en eso, entonces ¿Para qué tanto esfuerzo en que estudien, saquen buenas notas, ganen mucho dinero si lo que terminamos ansiando es la felicidad? ¿Por qué ni el colegio, ni la universidad ni menos aún tu empresa, hacen esfuerzo alguno para que seas feliz? Ser feliz es una actitud pero si no soy feliz haciendo lo que hago, si no disfruto, entonces no me dan ganas de hacerlo ni de ponerle todo el corazón. El gran anhelo es lograr que mi trabajo se parezca a mi hobby, aquello que hago aunque no me paguen, me cueste esfuerzo y sacrificio y en muchos casos incluso dinero, pero sobre todo me proporciona placer. Se atribuye a Confucio esta frase: “Encuentra una ocupación que ames y no trabajarás un solo día en tu vida”. Todos hemos experimentado momentos de “flujo”, cuando gozas haciendo algo y pierdes noción del tiempo. Sabemos que el conocimiento cambia permanentemente y sobre todo en el caso de los jóvenes, ante la falta de experiencia lo que se valorará es la actitud. Si la actitud de verdad te importa, ¿Qué actitud buscas en las personas? ¿Y cómo la gestionas? En mi opinión, aprender (y no rendirse) es la actitud más importante.

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