miércoles, 12 de julio de 2023

SEQUÍA

 

SEQUÍA


Año 2030, el futuro apocalíptico profetizado por los augures ha llegado. Los cambios en cadena acaecidos en el planeta tierra han puesto a la humanidad al borde del precipicio, un paso más y la tierra se verá libre de esta especie invasora, tóxica y destructora que la colonializa.

La explotación irracional de los recursos naturales, la contaminación de la tierra, del agua y del aire, el cambio climático, la sequía y desertificación de la mayor parte del planeta, la malévola utilización de la inteligencia artificial, la tecnificación y robotización de la sociedad y sus procesos productivos, las guerras por el control del agua y las materias primas, las hambrunas y enfermedades derivadas, han conducido a la humanidad a su casi total extinción.

Los escasos supervivientes que han conseguido sobrevivir en reductos fortificados, alrededor de pozos de agua sin contaminar, se enfrentan a duras condiciones de vida. La producción de alimentos está limitada por la escasez del agua que está racionada, por las dificultades que supone encontrar y poder extraer tierra sin contaminar, por la falta de frutas, verduras y cereales que cultivar, el reducido número de animales de granja que hay que cuidar y la ausencia de combustibles.

En medio de este panorama desolador, un grupo de supervivientes liderados por Helena, una valiente y determinada joven, decidió que no podían rendirse ante la adversidad. Conscientes de que la supervivencia de la humanidad dependía de su capacidad para adaptarse y superarse, se embarcaron en una misión audaz: buscar una solución para superar la sequía y restaurar la vida en la Tierra.

Empujados por la acuciante necesidad y guiados por la fuerte intuición de Helena, el minoritario grupo emprendió un viaje arriesgado hacia un remoto lugar, pues se rumoreaba que aún existía un oasis mítico, un último reducto de biodiversidad y vida en medio del árido desierto que los circundaba. A lo largo de camino, durante inacabables días, enfrentaron miedos y peligros bajo un sol ardiente en contraste con las gélidas noches estrelladas, pero su determinación nunca flaqueó gracias a su mutuo apoyo y al carisma de Helena.

Finalmente, extenuados, cuando flaqueaban sus fuerzas, llegaron al oasis soñado, lleno de verdor y vida en medio del desolador paisaje que acababan de atravesar. Allí, encontraron a Mitra, una sabia anciana que había vivido en ese lugar durante décadas, protegiendo la diversidad de plantas y animales que allí habitaban. Compartió su sabiduría ancestral con el grupo y les reveló un secreto guardado celosamente: la existencia del manantial de vida.

Mitra les explico que el agua contenía y grababa en su estructura memorias, recuerdos, intenciones y plagarías desde tiempos inmemoriales, que había escuchado las suyas y les había conducido al manantial después de superar las difíciles pruebas que se presentaron a lo largo del camino, mostrando un gran coraje, ingenio y cooperación. El manantial era una fuente de agua pura y revitalizante capaz de restaurar la vida en la Tierra. Helena, con su firme determinación, se acercó y bebió del agua diamantina. De repente, sintió cómo la vida fluía nuevamente por sus venas, revitalizándola y dándole una nueva esperanza.

Con las cantimploras llenas del agua crística y llenos de energía, el grupo regresó a su comunidad fortificada. Compartieron el milagro del agua, su capacidad de depurar el agua contaminada y multiplicarse, y comenzaron a cultivar plantas resistentes a la sequía utilizando técnicas de permeacultura y riego eficiente. Poco a poco, la tierra árida comenzó a reverdecer, los cultivos se multiplicaron y la comida se volvió más abundante.

La noticia de la hazaña de Helena y su grupo se extendió por otros asentamientos, compartieron el agua milagrosa inspirando a otros supervivientes a utilizar una agricultura regenerativa y trabajar juntos para enfrentar la sequía, creando una red solidaria en la lucha por la supervivencia.

A medida que pasaba el tiempo, la Tierra comenzó a sanar lentamente. Los desiertos al favorecer el proceso de oasificación, se convirtieron en fértiles tierras de cultivo, los ríos y lagos renacieron con vida, y la biodiversidad volvió a florecer. La sequía fue superada y la humanidad, renacida de sus cenizas, habiendo aprendido de sus errores pasados, vivió en armonía con la naturaleza, protegiendo los recursos, valorando cada gota de agua como un tesoro preciado, y construyendo un futuro sostenible y esperanzador.

Marín Hontoria

LA PUERTA

 

LA PUERTA


 La puerta estaba abierta, el interior de la casa estaba oscuro, un rayo de luz se filtraba por el resquicio de una ventana sin mostrar el interior. Dudé en traspasar ese umbral desconocido, pero pudo más el impulso repentino que me llevó a recorrer el pequeño y descuidado sendero lleno de maleza que conducía a las cuatro escaleras que daban a un porche destartalado franqueando la angosta entrada.

 Sin pensarlo más, después de preguntar si había alguien sin obtener respuesta, con la luz del móvil iluminando mis inseguros pasos, inicie la búsqueda de los posibles tesoros que los años de abandono pudieran albergar.

 El piso crujió y con él la ventana de cristales rotos aplaudió movida por la corriente de aire que me acompañaba, me paré en seco y traté de poner luz para llegar sin contratiempos a abrir la ventana situada a mi izquierda, entonces pude contemplar un recibidor decimonónico devastado por el polvo, las telarañas y la carcoma que llenó de pequeños agujeritos un sillón desvencijado, una silla de tres patas y una mesita quebrada.

 En las descoloridas paredes se adivinaban un par de cuadros cubiertos por un velo gris que no dejaba traslucir sus formas y colores, entonces algo se movió y como una exhalación pasó entre mis pies dándome un susto de muerte, el móvil se escapó de mis manos, se apagó su luz, tanteando el suelo con muchos reparos lo recogí del suelo cubierto de un polvo extraño y pegajoso y  cómo movido por un resorte salí corriendo como alma que lleva el diablo sin mirar atrás. 

 Un portazo que hizo temblar la casa cerró la puerta tras de mí, ni se me ocurrió volver, y aún en sueños veo abrirse la dichosa puerta invitándome a entrar mientras suenan los aplausos de la entreabierta y desvencijada ventana.

 Marín Hontoria

 

LA PLAYA

 LA Playa

 


 La playa estaba desierta,

empezaba a amanecer,

la brisa de la mañana

acariciaba su piel.

 Las olas entrecortadas

iban mojando sus pies

refrescando emociones

no escritas sobre el papel.

 Con la mirada perdida

en los recuerdos de ayer

dejó a su alma volar

y a su cuerpo estremecer.

 El sol brillaba en el cielo,

el día empezó a nacer,

las ilusiones perdidas

la hicieron desfallecer.

 Sobre la arena tendida

mostraba su desnudez

ya no le importaba nada

se sentía como un pez.

 Nadando contra corriente,

atrapada en una red,

sin presente ni futuro,

sin poder calmar su sed.

 Sed de ideales sagrados

pisoteados sin cuartel

y su corazón con ellos

destilaba amarga hiel.

 Se rompió contra las olas

sintiéndose desvanecer

se le nublaron los ojos

y no se la volvió a ver.

 La vida siguió su curso,

la playa pudo esconder

sus pasos sobre la arena

y sus sueños de mujer.

 Cuantos secretos oculta,

cuantas pasiones despierta,

bajos los rayos del sol

 y a la luz de las estrellas.

 El aire agitó montañas,

olas de crestas nevadas,

con rumor de caracolas

bajo la arena enterradas.

 La mar extendió a lo lejos

 sus encrespadas aguas

perfilando en el horizonte

zafiros contra esmeraldas.

 Cuchillos abrieron su vientre

impulsados por el viento

con velocidad creciente,

velas contra el firmamento.

 Hay quien peinó sus orillas,

desenredando su pelo,

recogiendo maravillas

ocultas bajo su velo.

 Faenan en sus entrañas

acariciando su piel

con el sudor de su frente

y la sal sobre el mantel.

 Castillos sobre la arena

desafían su poder

sin poder jamás vencer

su fuerza brava y serena.

 El sol se mira en su espejo

y agradeciendo el favor

le presta luz y color

en un bosque de reflejos.

 La luna el brillo adormece

apagando su fulgor

que oculto en su interior

despierta en cuanto amanece.

 Las estrellas iluminan

el camino de Santiago

sobre su manto plateado

cuajado de pedrería.

 Desierta quedó su playa,

sin oro, incienso, ni mirra,

huyeron los parasoles,

los gritos y las sonrisas.

 Otro día nacerá

en un ciclo inacabado,

sin futuro ni pasado,

esencia del devenir.

 Nada deja de existir

flotando en la memoria

del mundo y de su historia

que aún está escribir.

Marín Hontoria


 

 

Fiesta

 

Fiesta

Isidro se despierta y remolonea un rato para desperezarse, la luz se filtra tímidamente por debajo de la persiana llenando de sombras la habitación. Respira hondo, repasa las sensaciones que su cuerpo le transmite, mira la hora, tiene tiempo, piensa en las tareas pendientes del día, nada especial, solo la oportunidad de gozar de la vida cuando todo parece estar hecho y en realidad todo está por llegar. No hay dos días iguales, siempre hay imprevistos, sorpresas, y ganas de disfrutar y celebrar el sol, el aire, la naturaleza, los sonidos, la amistad, el amor y sus colores. Sabe que tiene que estar abierto a lo nuevo porque la vida no se puede controlar, hay que ser flexible como el bambú que se inclina para dejar pasar al viento cuando sopla con fuerza.

Isidro ya tiene una edad y lo suficiente para ir tirando sin grandes preocupaciones, de modo que celebra en cada amanecer el milagro de la existencia. Experimenta un intenso sentimiento de plenitud frente a las maravillas del mundo, un paraíso que nos perdemos por la falta de consciencia. Esa consciencia que le hace partícipe de todo lo que le rodea, de la vida que mueve el mundo en un orden perfecto, armónico, y que la hace digna de ser vivida, a pesar de las dificultades y sufrimientos que conlleva nuestro aprendizaje terrenal.

 Cada día es una fiesta cuando uno se integra en esa corriente que nos empuja, que nos hace vibrar y sentirnos parte de algo más grande. De esa fuerza que nos sobrepasa, que llegado su momento dejamos de intentar comprender, que siempre está presente y ante la cual asentimos con humildad y actitud perceptiva dejándonos llevar por la realidad que ante nosotros se manifiesta.

Toda fiesta es una celebración de la vida, que podemos o no compartir, aunque cobra mayor sentido cuando es compartida. Nos permite repartir sonrisas, hacer de la alegría un canto a la vida, bailar, dejarse llevar por la música, volverse un poco loco, desinhibirse, liberar emociones, disfrutar…

La alegría de la fiesta nos descubre el amor por la vida y eleva nuestro espíritu por encima de la rutina. Nos revela ante la presencia de otras personas el valor del amor y la amistad cuando son recíprocos. No hay nada como un encuentro festivo para unir a las personas, generar emociones positivas y olvidar los malos momentos. No hay que esperar a que todo vaya bien para estar contento, es una decisión personal que requiere un esfuerzo y la consciencia de que todo tiene una razón de ser.

Desde los albores de la humanidad, está siempre ha encontrado momentos para celebrar. Una buena caza, una buena cosecha, un nacimiento, la llegada de la primavera, etc. han proporcionado momentos de celebración familiar o comunitaria, reforzando los lazos identitarios, de unión y cooperación.

La transformación de las sociedades rurales en sociedades industriales ha ido cambiando el sentido de la fiesta al ritmo de los cambios sociales. Actualmente las fiestas están asociadas al descanso y al ocio, la mayoría de ellas tienen un carácter religioso o conmemorativo. Se han tenido que ir normalizado para hacer compatible el tiempo de descanso con el tiempo de trabajo y son mucho más individualistas y mercantilistas que las fiestas populares, comunitarias. Las fiestas institucionalizadas son un producto de consumo en las que conviven el ocio con el negocio, perdiendo su sentido tradicional y cultural.

A pesar de todo, Isidro, intenta hacer de cada día una fiesta. Siempre hay una razón para vivir, una esperanza para sonreír, un motivo para amar, cosas para hacer y sueños que cumplir.

 

Marín Hontoria

EL CHOCOLATE

 

EL CHOCOLATE


Pocos alimentos despiertan tanto deseo como el chocolate. Es un sentimiento hecho sabor. Blanco, negro o con leche, el chocolate es el pecado por excelencia y hace las delicias de personas de todas las edades. Son pocos los que se resisten a tomarlo y muchos los que no pueden vivir sin él.

El chocolate, sobre todo el de calidad, protege la memoria y tiene otras muchas propiedades. De hecho, se ha demostrado que la pureza del cacao ayuda a reducir la presión arterial y, por ende, los accidentes cardiovasculares, una de las principales causas de muerte en nuestro país. Asimismo, el cacao es rico también en hierro y especialmente en magnesio, un elemento que cuenta con enormes propiedades y valores nutricionales y que viene perfecto para aquellas personas que diariamente realizan actividades deportivas, puesto que beneficia a su musculatura y es una fuente permanente de energía.

El chocolate, y en general los dulces, nos devuelven a un estado de inocencia e ingenuidad, nos permiten reencontrarnos con nuestra infancia, nos relaja y nos desinhibe. 

"Mi mamá dice que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes qué te va a tocar" (Forrest Gump, 1994)

De pequeño, años 50, una de mis meriendas preferidas era el pan con chocolate, lo normal era pan con mantequilla o pan con aceite y azúcar, a veces tres o cuatro galletas, pero los domingos, cuando salíamos mi hermano y yo con mis padres de paseo, bajábamos desde la calle Valencia por la calle Muntaner, nos acercábamos a la Av. de Roma, que en aquel entonces estaba descubierta, para ver pasar los trenes traqueteando su rítmica canción y dejando tras de sí una estela de humo que nos obligaba a retirarnos de la barandilla y a taparnos la nariz. Después seguíamos contemplando los escaparates de las tiendas hasta la Ronda de Sant Antoni, 96, donde nos compraban un trozo de coca y una onza de chocolate en el horno Mistral (hoy todavía existe) y así nos hacían felices.

Yo comía el pan junto con el chocolate, mientras mi hermano primero se comía el pan y guardaba el chocolate para el final, eso, sí en un descuido no se lo quitaba y me lo comía de una, sin darle tiempo a reaccionar. Recibía algún cachete pero valía la pena.

Otras veces mi madrina nos llevaba a una pastelería que había en la calle Aribau, un poco más abajo de la calle Aragón, allí nos compraba unas tartas de mantequilla y chocolate individuales, parecidas a la saras cubiertas de almendras, pero estas con fideos de chocolate  y con una brillante guinda roja encima de una flor de mantequilla. Tener entre tus manos tan preciado tesoro nos llenaba de emoción, hasta el punto de tener que abandonar la contemplación y no saber por dónde hincarle el diente debido al riesgo de untarnos la nariz.

Nunca ha faltado una tableta, unos bombones o unas galletas de chocolate en casa. Me acuesto tarde y alrededor de las doce la tentación me puede, en verano se unen los helados. Controlo bastante las cantidades, los helados los compro mini, las galletas de arroz y el chocolate del 70%, pero con todo y con eso el aumento de peso avanza sigilosamente y empiezo a parecerme a un buda chino de la abundancia.

Esa dulce y placentera obsesión que tomada con moderación nos aporta ricos beneficios, se convierte, demasiadas veces, en una adicción sin la cual no se puede vivir. Y no es literatura; es un hecho científico. La lista de los alimentos más adictivos incluye siempre al chocolate, junto a las patatas fritas de bolsa, las galletas, el queso o los refrescos. Pero el chocolate, con poca azúcar, es sano, cosa que no pueden decir todos los de la lista.

¡Qué pena! Me hice adicto y labré mi perdición. Hace semanas me tiré al rio sin salvavidas y estoy empezando a ahogarme en chocolate. Empecé desayunando un croissant relleno de chocolate, después de las comidas unos bombones de postre, por la tarde me meriendo un tarro de Nutella y por la noche 2 galletas de arroz con choco o un helado, los minis ya resultan insuficientes, ahora compro tarrinas. Mi única obsesión es el chocolate en todas sus formas a pesar que he doblado mi peso, se ha estropeado mi dentadura y salgo a la calle lo justo porque no quiero que nadie me vea de esta guisa.

Me duele esa imagen de Sancho Panza que se ha adueñado de mis carnes, tanto es así que estoy pensando en apuntarme a Chocohólicos Anónimos, una organización sin ánimo de lucro que se dedica a ayudar a los adictos al chocolate con los mismos principios que la de Alcohólicos Anónimos. Lo que pasa en sus reuniones es confidencial, cada uno confiesa libremente sus pecados y manifiesta su propósito de enmienda. Tiene una base espiritual: "Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio" y 12 pasos que han de guiar el proceso, además de los principios y consejos relacionados con la racionalización de comidas y horarios, técnicas de relajación y empoderamiento, entre otros. Y lo fundamental, un padrino o madrina dispuesto a escucharte y ayudarte las 24 horas del día. El 2º paso, creer en un Poder superior, no supone que AA o CA  esté afiliada a alguna secta, religión, partido político, organización o institución alguna.

Creo que puede estar bien y me pueden ayudar a salir de este maquiavélico trance. Espero que el sacrificio no sea como el chocolate del loro o como quemar pólvora por un gallinazo. Mañana seguro que llamo, ahora me voy a comer una caja de donuts de chocolate que hace rato me está llamando por mi nombre.

"Puedo resistir cualquier cosa excepto la tentación" Oscar Wilde.

Marín Hontoria

Cuando te miras al espejo

 

"Cuando te miras al espejo, la imagen que ves eres tú, pero tú no eres la imagen"


A Isidro este kōan le llamó poderosamente la atención, parecía un juego de palabras paro le daba mucho que pensar. Estaba claro que una imagen podía reflejarlo, pero según quien la contemplara vería en ella diferentes colores. Él mismo, con el tiempo, ha ido cambiando su manera de verse. Cuando era adolescente se miraba al espejo buscando defectos que disimular, pero a medida que fue madurando acabó por aceptarse y verse bien.

Alguna vez, cuando sale a comer a un restaurante, hace fotos de los platos más apetitosos y las envía a los amigos. Evidentemente la intención no es darles a probar el plato a través de su imagen, solo llama su atención sobre la originalidad o novedad del mismo.

Siguió dándole vueltas en su cabeza al dichoso kōan y recordó algún dicho popular relacionado con la imagen y su importancia:

 "Una imagen vale más que mil palabras". Es cierto, en una cita a ciegas describirse para que te conozcan resulta poco menos que difícil. A Isidro le gusta dar una imagen informal y desenfadada porque la funcionalidad y la comodidad son lo principal para él. Eso no quiere decir que para las ocasiones no disponga de traje, o combine chaqueta y pantalón con un calzado adecuado. Todo lo contrario, a la época hippy en la que se dejaba el pelo largo, pese a tener que discutir con su padre, y para acabarlo de arreglar se ponía alguna de sus camisas de trabajo que, por supuesto le quedaban grandes, pantalones campana desgastados y algún collar o pulsera que hecho con tiras de cuero que trenzaba a las que añadía algún abalorio. La idea en esa época contracultural era otra, lo importante no era la imagen, era la persona. Las debían apreciar por sus valores y acciones no por la apariencia, aunque paradójicamente también la cuidaban siguiendo la nueva moda de las flores.

"Aunque la mona se vista de seda mona se queda" o "El hábito no hace al monje" formaban parte de su divisa.

¡Vaya contradicción! En nuestra sociedad la imagen cuenta mucho, pero está claro que lo más importante es nuestra personalidad. La primera impresión cuenta, pero en las distancias cortas son necesarios otros argumentos para una relación duradera. Tendremos que armonizar ambas, de manera que no haya discordancia entre quien soy y como me muestro, aunque en muchas ocasiones uno se vista para tal o cual ocasión. Lo sano sería arreglarse de la manera que nos sintamos más cómodos, como hace Isidro, pero sin que el físico sea nuestro epicentro. 

Estamos continuamente expuestos a los pensamientos y emociones que nuestro cuerpo nos genera. La aceptación del cuerpo es la antesala para quererlo, mirémonos con buenos ojos.

Hoy en día la importancia de la imagen es tan grande que proliferan las clínicas de estética para atender la demanda de aquellas personas que sueñan con cambiar su físico, esperando que de esa manera su vida cambie, aunque sin garantía de que vaya a ser mejor. Hay quienes se pasa el día mirándose al espejo y hay otras que procuran evitarlos, ya que no les gusta su físico. La mayoría de las veces manifiestan problemas de autoestima.

Cuando Isidro se mira al espejo para empezar el día sonríe, se da los buenos días y agradece la oportunidad de estar vivo, se asea y se lanza al mundo, no para comérselo, pero si para disfrutar de las pequeñas cosas que brinda. Pero en otras ocasiones, en que se mira a los ojos a través del espejo, intenta descubrir algún escondido secreto. Es un intento de adentrarse en uno mismo con la esperanza de que el que hay en el otro lado le hable, le muestre otra imagen de sí mismo. Se pregunta ¿qué hay detrás de esa imagen? De momento el silencio es la única respuesta, por más que acabe cambiando de expresión en el juego de las mil caras. Puede pasar de la risa al llanto, de la serenidad a la ira, de mostrarse de frente a buscar su lado más favorecedor, pero el que habla consigo mismo es Isidro.

Pocas cosas hay más interesantes que los ojos, dicen que son las ventanas del alma. Cuando nos miramos a los ojos estamos abriendo las puertas del corazón a la comprensión y al amor.

Por otro lado, encuentra que quien mejor le retrata, le muestra otra luz y reflejos poco conocidos por él, es las persona con quien convive, sin olvidar a la familia y a los amigos de confianza. Ellos pueden ver una imagen más real de quien es, no están condicionados por la mejor versión que tiene de sí mismo, de modo que le hacen de espejo siempre que sea capaz de verse en ellos. Le brindan la oportunidad de cambiar la propia mirada y hasta aspectos de su personalidad que permanecían en la sombra, esa sombra que siempre nos acompaña y que solo se muestra cuando hay luz.

Nadie le dijo que necesitaría gran parte de su vida para poder verse reflejado en su alma frente a un espejo. Hoy cuando se mira al espejo, le gusta lo que ve, sonríe y da gracias, se siente bendecido por la vida que le ha dado tanto.

Kōan

Un kōan (公案japonéskōan, del chinogōng'àn) es, en la tradición zen, un problema que el maestro plantea al alumno para comprobar sus progresos. Muchas veces el kōan parece un problema absurdo (véase: aporía), ilógico o banal. Para resolverlo el novicio debe desligarse del pensamiento racional común para así entrar en un sentido racional más elevado y así aumentar su nivel de conciencia para intuir lo que en realidad le está preguntando el maestro, que trasciende al sentido literal de las palabras.  es.wikipedia.org

La mesa

 

La mesa


Había quedado con Violeta en la terraza de un bar, "La Triunfal", frente al Arco de Triunfo. Sus patatas bravas y sus croquetas son un placer para los sentidos. Esta era la ocasión ideal para declararme e iniciar una relación que hacía semanas estaba buscando, pero soy tan tímido que a pesar de las señales positivas que ella reflejaba nunca encontré el momento de confesarle mis encontrados sentimientos.

Ya la veo llegar, siempre tan puesta, tan hermosa, mi corazón se acelera, nos fundimos en un abrazo lleno de calor que me envuelve en su perfume embriagador para dar paso a una forzada separación y contemplarla en una distancia corta. Después de los saludos acostumbrados nos sentamos en una mesa, pedimos unas cervezas y unas patatas bravas que sé que le encantan con bastante picante, aunque el picante lo debería poner yo.

Llega el camarero con las bebidas y entonces descubrimos con asombro que la mesa está coja, qué rabia hombre, cuando empezaban las miradas insinuantes los vasos se inclinan a la izquierda, con la pierna detengo su peligroso deslizar y eso me incomoda. En lugar de estar pendiente de mi pretendido amor tengo que solucionar el problema de la mesa. Voy girando la dichosa mesa para buscar los cuatro apoyos que la nivelen. Nada, ni por esas. No tengo ningún chicle, ni papel, ni cartón, las chapas se las llevó el camarero, no hay piedrecitas a la vista por lo que sigo manteniendo la mesa apoyada entre mis piernas.

Violeta observa sorprendida todas mis maniobras como si no le importara tener una mesa disfuncional. He de cambiar el chip, pero mi posición no es ni cómoda ni natural apretando una pata entre mis piernas cuando ella se lleva una patata a la boca y sus labios se llenan de salsa rosa.

La mesa debería tener tres patas y yo poder beber de sus labios rosa. Una mesa de tres patas nunca cojea mientras yo voy a la pata coja con ella. Es matemática pura. Un plano, el suelo, queda definido por tres puntos o una recta y un punto, de modo que una mesa de tres patas se adapta al terreno, otra cosa es que quede horizontal sin inclinación alguna y yo frenando mi propia inclinación hacia sus curvas. Pero si una mesa de cuatro patas cojea puede ser por el terreno o por tener alguna pata de diferente medida que las demás. No nos distraigamos, estamos en un terreno favorable, Violeta se lleva la cerveza a los labios mientras me mira interrogante. Parece decirme que me olvide de la mesa y pruebe las patatas que tan buena pinta tienen. La verdad es que tengo mucha hambre.

Se me va la olla, "nena yo soy tu lobo", cuando se trata de comer ternuritas estoy dispuesto a todo. Aprieto con más fuerza la pata y todo tiembla, el plato de las patatas aguanta el terremoto, pero los vasos vienen corriendo hacia mí que por suerte puedo cogerlos al vuelo. Ella se ríe, coge su vaso de mis manos e inicia un brindis: "salud". Bebo y vuelvo a beber para darme ánimos y confesarle que su patata me quema, ya no sé lo que me digo, quiero decir que tenga cuidado con las patatas que aún están calientes y se puede quemar como yo me estoy quemando en el fuego de su mirar.

Camarero, camarero, ¿nos podemos cambiar a esa mesa que quedó libre? Al fin puedo dejar mis piernas a su libre albedrio, solo que la derecha tiene el baile de San Vito y he de hacer esfuerzos para que pare y no se note mi nerviosismo.

Respiro hondo y me armo de valor. Ahora o nunca.

-Violeta, corazón, hoy estas muy, pero que muy guapa, floreces con la primavera y a mí la sangre se me altera. Soy tan capullo.

¡Bien, muy bien, sigue que le gustas!

-Hace tiempo que nos conocemos, llevamos unas semanas saliendo y la verdad es que solo pienso en ti, todo me gusta de ti, me has robado el corazón, te amo con locura, me harías muy feliz si sintieras lo mismo por mí y pudiéramos iniciar una relación que nos hiciera tocar el cielo con la punta de los dedos, caminar juntos cogidos de la mano, ver salir el sol cada mañana y vernos reflejados en las estrellas con la luz de nuestro amor.

Violeta sonriendo, pincha una patata, la unta de salsa picante y me la da a comer mientras todo me arde. Permanezco expectante, cuando acabo de masticarla acerca sus labios a los míos y con un apasionado beso desaparece todo rastro de salsa de mi boca, aunque el fuego crece, siento cosquillas en el paladar y mi corazón se acelera aún más. Ahora soy yo el que busco sus labios desesperadamente, tumbando la mesa y con ella vasos y patatas buscan el suelo sin poder separarme de sus brazos pese al estruendo de vidrios rotos.

Siempre recordaré la mesa coja, la salsa rosa, sus labios rojos y los vasos rotos.

Marín Hontoria

 

AZÚCAR

Me invaden susurros de nostalgia y recuerdos de niñez al revivir los meses de vacaciones pasados en Romanillos de Atienza, un pequeño pueblo de la Guadalajara profunda en el que nació mi madre y vivía mi abuela. Asentado en un valle con buena ventilación, de clima frío, rodeado de campos verdes y altos álamos a ambos lados de la carretera se asienta el pueblo,  con sus casas bajas de amplios portales. En las tardes se daban cita mujeres y niños para realizar múltiples tareas en los citados portales: zurcir descosidos, hilar la lana, hacer calceta, jugar a las cartas o recoger la ropa tendida mientras escuchaban por la radio la novela. De pequeño, durante los años 60, tuve la oportunidad de pasar algunos veranos en ese mundo desconocido bajo el cuidado amoroso de mi abuela. En aquel lugar, lejos de la gran ciudad en la que solía vivir, no había luz ni agua corriente, ni baño; era un refugio alejado de las comodidades habituales. En medio del pueblo una amplia plaza acogía la fuente mayor, con dos caños de buenas aguas a la que todos acudíamos para llenar el botijo, el cubo o la  tinaja y de ese modo tener agua en casa.  También había un abrevadero para las caballerías en el que nadaban los renacuajos entre las algas que se formaban en el fondo. A un lado, se erguía la iglesia bajo la advocación de San Andrés Apóstol,​ de estilo románico rural, que data del siglo XIII. La Iglesia contaba con un cura y un sacristán, vestigio de tiempos mejores, con varios retablos barrocos de dorados reflejos y hermosas imágenes vestidas por los vecinos con bordados y piedras semipreciosas.  Su alto campanario era una invitación para que los chicos probaran su fuerza y puntería tirando piedras a la campanas.

Al fondo de la plaza se alzaba un muro, el frontón, donde los mozos jugaban a la pelota mano o pelota vasca. Las reglas básicas del juego son muy simples. La regla principal es que la pelota tiene que chocar contra la pared frontal a una cierta altura, y después un jugador del equipo contrario tiene que devolver la pelota, pegándole con la mano abierta, mientras está en el aire o después del primer bote. La pelota, lejos de ser blanda como una pelota de tenis era muy dura, estaba hecha de madera, cubierta por capas de látex y lana, rematada por una capa de cuero. 

Frente a la Iglesia se encuentra la taberna en la que el vino es la bebida estrella . Había otras dos pequeñas tabernas, una al principio del pueblo y otra  más al interior, las tres venden productos de primera necesidad, aunque el pan y las cocas las hace cada uno en un horno comunitario. De tanto en tanto llega un camión a la plaza seguido de un reguero de niños voceando. El pregonero se encarga de recorrer el pueblo avisando con su trompeta a los vecinos que, por orden del Sr. Alcalde se hace saber que en la plaza se vende fruta, prendas de vestir, cacharros, objetos de mercería, o cualquier otra cosa que hubiera llegado en ese momento.

El pueblo más cercano para poder comprar la mayoría de cosas es Atienza y dado que el único medio de transporte era a caballo, podía tomar un día llegar hasta allí. Esto hacía que el pueblo estuviera bastante aislado, especialmente en invierno, cuando la nieve cubría todo con su manto blanco.

Años después, regresé al pueblo y, al volver de un paseo, al fondo de un armario de mi abuela, donde los recuerdos se entrelazaban con el aroma a madera vieja y la magia de los tesoros olvidados, encontré entre tebeos, periódicos, revistas y cajas polvorientas, retazos del pasado. En el bolsillo de un abrigo olvidado, descubrí un puñado de caramelos, dulces joyas envueltas en papeles de colores brillantes que despertaron sonrisas. Cada caramelo era un fragmento de momentos felices: tardes de verano al sol, risas en compañía de amigos, juegos interminables, instantes llenos de alegría y complicidad, sabores de mi infancia llamando a mi puerta.

Una rebanada de pan con aceite y azúcar despertó mi paladar y me transportó a esas tardes soleadas en la cocina de mi abuela. Recordé la caricia cálida del pan crujiente y el dulzor suave del azúcar que se derretía en mi boca. Aquel bocado sencillo pero lleno de amor se convirtió en un símbolo de los momentos compartidos en la calidez del hogar.

Junto a la rebanada de pan, imaginé una manzana cubierta de azúcar quemado, un tesoro de un rojo resplandeciente que capturó la emoción de los días de feria en el pueblo. La capa crujiente de caramelo reflejaba las risas y los juegos entre las atracciones y sus luces de colores vibrantes. Cada mordisco desvelaba no solo la dulzura de la manzana, sino también la añoranza por los días de inocencia y alegría sin preocupaciones.

También recordé la coca, las madalenas y las rosquillas que hacía mi abuela en el horno del pueblo, un símbolo de celebración y unión familiar. Aquellas rosquillas con sabor a anís y llenas de historia estaban rebozadas con un generoso puñado de azúcar, que destellaba como pequeños cristales bajo la luz. Cada bocado evocaba las fiestas en las que las risas resonaban en el aire y los abrazos eran el ingrediente secreto de cada receta.

Mientras exploraba aquellos recuerdos culinarios, comprendí que esos sabores y aromas no eran simplemente alimentos, sino fragmentos de mi historia personal. Cada bocado era una puerta a los momentos compartidos con mi abuela, las risas en las ferias y los dulces en las celebraciones familiares.

Con los tebeos y los caramelos en mis manos,  tuve que llevar esos recuerdos y sabores en su camino hacia el futuro. Porque, aunque el tiempo se desvanezca y las circunstancias cambien, los sabores y los recuerdos perdurarán, manteniendo viva la esencia de la infancia y el amor que se entrelaza en cada bocado de dulzura.