Tomás era el tipo de
persona con un ego descomunal. Siempre hablaba de sus logros y se jactaba de
sus habilidades. No importaba el tema de conversación, Tomás siempre tenía
razón, escuchaba poco y siempre encontraba una manera de hacerlo sobre él
mismo. Era un buen constructor, había reconstruido una masía abandonada cerca
del pueblo, utilizando materiales ecológicos y reciclables, generando su propia
energía con placas solares y aprovechando el agua de lluvia. Llevaba una vida
acorde con las características ecológicas de la vivienda, siguiendo las tres
erres de la sostenibilidad: reducir, reciclar y reutilizar para maximizar la
eficiencia de la tecnología empleada y la utilidad de los residuos,
transformándolos en abono o depurando aguas residuales.
Luis, por otro lado, era
una persona equilibrada y modesta. Contable de profesión, era un apasionado de
la fotografía y pasaba gran parte de su tiempo libre tomando fotos de la
belleza del pueblo, de sus habitantes y de los alrededores. Allí donde iba siempre
buscaba el mejor enfoque. A pesar de ser increíblemente talentoso, Luis nunca
alardeaba de sus habilidades. Siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás y
compartía sus conocimientos sin presumir de ello. Además, Luis era un lector
empedernido, defensor apasionado del medio ambiente y participaba en
iniciativas locales para conservar la belleza natural que fotografiaba.
María, la tercera amiga,
tenía muy poco ego. Era tímida y a menudo se sentía insegura acerca de sus
capacidades. Siempre dudaba de sí misma y rara vez compartía sus opiniones en
las conversaciones. María era enfermera, siempre tenía a punto su botiquín de
urgencia para asistir, fuera de su horario en el CAP, a quien la necesitara.
Poseía un talento innato para la cocina y para la jardinería, pero rara vez lo
mencionaba. Ella había transformado un pequeño terreno baldío, en la parte
posterior de su casa, en su pequeño jardín, un oasis de colores y fragancias,
cuidando cada planta con amor y dedicación, aunque no siempre confiaba en que
su trabajo fuera realmente destacable a pesar de sus brillantes resultados. Eso
sí, cada domingo llenaba de flores la imagen de la Virgen del Rosario, patrona
de los almadieros, adornando la Iglesia para la celebración de la santa misa,
situada en la parte alta del pueblo.
Un día, el pueblo decidió
organizar un festival en honor a la creatividad y el arte local. Los tres
amigos se inscribieron para participar en diferentes eventos. Tomás se
inscribió en un concurso de escultura, Luis en una exposición de fotografía y
María en un concurso de jardinería.
Tomás pasó semanas
presumiendo de la realización de una escultura innovadora, resaltando la
historia del pueblo y diciendo que sería el ganador indiscutible. Luis, por
otro lado, trabajó en silencio en su exposición, compartiendo sus avances solo
cuando se le preguntaba. María pasaba horas cuidando su jardín, pero rara vez
hablaba de su participación en el concurso.
Finalmente, llegó el día
del festival. Tomás subió al escenario con confianza, presentando su escultura
que representaba a los almadieros, encargados de hacer llegar la madera de los
árboles desde los Pirineos hacia el interior y hasta la costa, bajando por el
río Segre. Las condiciones en que se desarrollaba la actividad de los
almadieros eran bastante duras y peligrosas. Su oficio existía en una época que
no existían los camiones y el río Segre no tenía embalses. Se aprovechaba el
curso del río para transportar los troncos, que al mismo tiempo servían de
embarcaciones. Sin embargo, al destapar la escultura, la tela que la cubría se
enredó con ella y se llevó el brazo de un raier que sujetaba el timón del rai.
A pesar de sus intentos de arreglarlo, quedó descalificado.
Luis presentó su
exposición de fotografías, que dejó a todos maravillados por su belleza y su
habilidad para capturar la esencia del pueblo. Recibió elogios y el primer
premio, demostrando que el equilibrio entre humildad y talento puede llevar al
éxito.
María, aunque nerviosa,
presentó su jardín, que estaba lleno de flores hermosas y coloridas. A pesar de
su modestia, los jueces quedaron impresionados por su talento y la nombraron
ganadora del concurso de jardinería, revelando que la falta de ego no impide el
reconocimiento de los propios méritos.
Después del festival,
Tomás aprendió una lección humillante sobre la importancia de la humildad. Luis
demostró que el talento y la modestia van de la mano, y María finalmente ganó
confianza en sí misma debido al reconocimiento general, no solo por su jardín,
también por su abnegada y desinteresada dedicación al pueblo. Los tres amigos
se dieron cuenta de que el ego excesivo, el equilibrio y la falta de ego pueden
coexistir y aprender el uno del otro.
Juntos, lo celebraron en
la masía de Tomás, este preparó un vermut con embutidos del país y pan con
tomate, Luis preparó una exótica ensalada con mango, aguacate y frutos secos, y
María preparó una paella de verduras con setas variadas, regando sus paladares
con un buen vino del Penedés, para acabar habían reservado un roscón de nata de
la excelente pastelería local que acompañaron con un selecto cava brut bien
frío. Reforzando los lazos de unión, continuaron apoyándose y creciendo como
amigos, enriqueciendo el pueblo con su creatividad y amistad.
Marín Hontoria