jueves, 18 de enero de 2024

EL BAILE

 EL BAILE


Nietzsche: “Yo sólo creería en un dios que supiera bailar”.
El baile comenzó a tejer su magia entre los padres de Isidro en aquel lejano Salón Iris de los años 40 en Barcelona. A pesar de que su madre confesó no saber bailar, su padre la persuadió con gentileza:

"Señorita, ¿me concede este baile?"

"Lo siento, es que no sé bailar", respondió ella.

"No se preocupe, yo la enseño", dijo él con una sonrisa.

Así, entre pasos torpes, pisotones y risas compartidas, los padres de Isidro iniciaron su propia historia de amor. Aunque ella nunca perfeccionó sus habilidades de baile, descubrieron que el verdadero encanto radicaba en la conexión que experimentaban fuera de la pista.

El Salón Iris se convirtió en el telón de fondo de su romance, donde la música creaba la banda sonora de su vida juntos, pero fue la insistencia del galán esperándola en el portal de su casa para acompañarla a misa y los paseos de los domingos los que cimentaron una unión indestructible.

Isidro no conoció el origen de la historia de sus padres hasta ser adulto. No tuvo la suerte de que su padre, gran bailarín, le enseñara a bailar, de hecho, salvo en las escasas bodas a las que pudieron asistir, pocas veces los vio bailar juntos. Eran tiempos difíciles y los domingos solían pasear juntos por el centro de la ciudad y comprar un trozo de coca y una porción de chocolate para merendar. Los días de baile se acabaron con los hijos.

Isidro creció con la música de los Beatles, los Rolling Stones, el festival de Woodstock, la guerra de Vietnam, el fenómeno hippy y el movimiento contracultural de los 80.

Cuando de joven empezó a bailar, se defendía bien en los rápidos, y en los lentos, con el uno, dos, para adelante y para atrás, se las arreglaba girando suavemente siempre a la derecha. De todos modos, sus primeros amores de juventud los conoció bailando, y eso que era muy tímido y le costaba Dios y ayuda atreverse a sacar a alguna chica a bailar.

La herencia del baile, al pasar los años de juventud, continuó marcando la vida de Isidro aún sin saber sus orígenes. Isidro, ya adulto, no solo buscó aprender a bailar, sino que también anhelaba encontrar a alguien con quien compartir la misma pasión y conexión.

Se inició en varios talleres de bailes de salón con entusiasmo, descubriendo en cada clase un nuevo ritmo que le movía el corazón y le proporcionaba la ocasión de celebrar la vida. En esos talleres, Isidro no solo aprendió a bailar con cierta destreza, sino que también se dio cuenta de que el baile iba más allá de los movimientos físicos. Era una forma de comunicación única, una conexión profunda que se forjaba con el compás de la música.

Fue gracias a su deseo de aprender a bailar salsa que conoció a Violeta en una cita a ciegas, una mujer con una sonrisa radiante y una pasión por el baile que superaba a la suya, iluminando la sala con sus cadenciosos movimientos. Juntos, exploraron ritmos latinos: salsa, merengue, bachata, perfeccionando sus movimientos y sumergiéndose en un mundo donde cada giro, cada paso, era una expresión de amor y complicidad, encontrando en el baile una conexión que iba más allá de los pasos aprendidos y las palabras almibaradas.

El Salón Iris, el lugar donde los padres de Isidro se encontraron por primera vez, dejó paso a la salsoteca latina “San Pues”, convirtiéndose en la inspiración de Isidro y de Violeta, al que se añadió el parqué desgastado de sus casas, testigos silenciosos de sus risas, sus desafíos y sus momentos de pura unión. La música de aquella época dorada, siempre presente en su salón, se volvió la banda sonora de su historia de amor.

Pronto Isidro pudo descubrir que la pasión de Violeta por el baile no era más que la expresión del sentimiento que generaba en ella la música que la acompañó durante su infancia y su adolescencia. Su padre, un gran melómano amante del tango y la música vieja, se sabía las letras de la mayoría de las canciones y Violeta siguió su mismo camino mostrando una memoria prodigiosa. Cuando la distancia los separó, ella escuchaba las canciones que tantas veces los unieron, creando lazos que no conocían fronteras, sumándose más de una lágrima a sus entrañables recuerdos.

Con el tiempo, Isidro y Violeta envejecieron juntos, pero su amor por el baile no disminuyó. Si acaso, se fortaleció. A medida que sus movimientos se volvían más lentos y pausados, la conexión entre ellos se intensificaba. No les hacía falta hablar, sus movimientos corporales, las miradas cómplices y el roce de sus cuerpos transmitían emociones y sentimientos difíciles de comunicar de otra manera. Sus nietos admiraban la armonía que emanaba de la pista de baile cuando Isidro y Violeta se movían juntos.

En ocasiones especiales, Isidro y Violeta regresaban a un lugar que solo existía en sus recuerdos y en el amor que compartían. Bailaban al compás de la nostalgia, recordando los primeros días de su noviazgo, mientras la música resonaba en sus corazones y la felicidad los envolvía como caída del cielo.

Cada evento familiar se convertía en una oportunidad para que Isidro y Violeta mostraran la eternidad de su conexión a través del baile, transmitiendo a las generaciones jóvenes la importancia de la pasión compartida y la constancia en el amor.

La vida les brindó muchos regalos, pero el mayor de todos fue la realización de sus sueños compartidos. Juntos, demostraron que el baile no solo era una expresión artística y cultural, un modo de socialización y de interconexión personal, sino también una celebración y una forma de mantener viva la llama del amor a lo largo de los años. En cada bachata, en cada salsa, en cada merengue, Isidro y Violeta escribieron capítulos inolvidables de su historia, dejando un legado de amor y pasión por el baile que perduró más allá de una vida.

Marín Hontoria