domingo, 15 de octubre de 2023

EL CUADRO DE LA ABUELA

 

EL CUADRO DE LA ABUELA

Isidro y Violeta pasaron un buen día en casa de Rebeca, una prima de Isidro, con la que mantenían una relación cercana. Recordaron anécdotas de sus padres y pusieron al corriente sus situaciones actuales y perspectivas de futuro. A Isidro se le despertaron emociones desconocidas al ver un cuadro de su abuela, una pintura tan realista que le pareció que le hablaba. La llamada de Violeta lo distrajo, pero no pudo apartar la imagen de su abuela de su cabeza.

Isidro estaba teniendo dificultades para dormir últimamente. Sus noches estaban llenas de sueños recurrentes que involucraban a su abuela, el pueblo y la casa, pero le resultaba imposible descifrar su significado, lo que lo tenía preocupado.

Su abuela, Remedios, lo había cuidado cuando sus padres se fueron al Camerún en busca de una vida mejor. Isidro apenas tenía 9 años y hacía unos meses que habían cambiado de domicilio. Inicialmente vivían realquilados en una habitación en el centro de Barcelona, pero con el tiempo y con mucha ayuda, consiguieron la adjudicación de un piso de protección oficial en el barrio del Besós, un área de reciente creación donde vivían muchos desplazados de las barracas del Somorrostro, en su mayoría gitanos.

Para sus padres, este cambio representaba una bendición, aunque su padre tuvo que vender las tierras que había heredado de sus padres para reunir el dinero necesario. Esa decisión siempre lo atormentó, pero para Isidro, fue un calvario debido a la inseguridad del nuevo entorno y la falta de equipamientos. A los 9 años, tenía que tomar un tranvía para ir al colegio del Sagrado Corazón en Sant Adrián, y al cumplir los 10, caminaba diariamente hasta el recién inaugurado Instituto Juan de Austria en La Verneda, a 20 minutos de distancia, mañana y tarde, ya que regresaba a casa para comer.

Permanecieron cinco años en ese país esperando ahorrar lo suficiente para abrir un negocio que les permitiera escapar de la pobreza. Los dos habían abandonado sus pueblos natales para venir a Barcelona a trabajar, ya que en sus lugares de origen no veían un futuro prometedor. Eran los años 40, una época de posguerra, especialmente dura para los pequeños pueblos del interior de España, donde la escasez de alimentos y el hambre afectaban sin piedad a la mayoría de los habitantes.

Durante esos años, Isidro se sintió solo y abandonado. Su abuela tenía el corazón endurecido por el dolor y no pudo brindarle las caricias y el amor que necesitaba a tan temprana edad. Esto lo llevó a recluirse en sí mismo, incapaz de expresar sus sentimientos de pérdida. Por otro lado, se volvió sumiso y servicial en un intento de ganar la aprobación y el cariño de su abuela y de quienes lo rodeaban, incapaz de negar su ayuda a nadie.

La vida de Remedios estuvo marcada por la tragedia. Se quedó viuda cuando comenzó el "glorioso alzamiento nacional", ya que su esposo fue fusilado en sus primeros días debido a sus creencias socialistas. No hubo juicio alguno, solo un cruel paseo a las afueras de Atienza y cuerpos sin vida abandonados en una cuneta. Ella quedó sola, marcada como "roja", embarazada y con seis bocas más que alimentar, siendo la mayor su propia hija, madre de Isidro, que tenía solo 12 años en ese momento.

No fue hasta la madurez que Isidro pudo comprender completamente a su abuela. Ella había renunciado a su propia vida, amigos y familia para cuidar de él en un entorno hostil cuando era solo un niño. Isidro se dio cuenta de que, al igual que él, su abuela había estado fuera de su entorno natural y había enfrentado desafíos significativos. En ese momento de comprensión, Isidro no pudo expresar con palabras su gratitud, pero reconoció profundamente el amor y los sacrificios de su abuela.

Una noche, el sueño de Isidro se hizo realidad. Su abuela se le presentó triste y llorosa, reclamándole por el abandono de su casa en el pueblo. Le recordó la promesa de su madre de cuidar la casa, pero después del fallecimiento de su madre, la casa había caído en el olvido y necesitaba reparaciones en el tejado para evitar que se derrumbara. Isidro se despertó sin acabar de creer lo que había vivido, no creía en fantasmas, y menos en el de su abuela, aunque era cierto todo lo que esta le dijo en lo que le pareció un sueño.

Isidro siguió con su vida sin prestar atención a la demanda de su abuela. El pueblo estaba lejos, la casa necesitaba una renovación, y no estaba en sus planes invertir dinero en ella. Su situación económica no era mala, pero tenía lo justo y un poco más.

Pasados unos días, Isidro estaba leyendo un libro cuando sintió la presencia de su abuela y pudo verla con total nitidez a su lado, reprochándole por no cumplir con el compromiso de su madre y, ahora, de él mismo. Le recordó que tenía en su posesión las monedas de plata que había guardado su abuelo, quien le había indicado su ubicación a través de una vieja radio. Con esas monedas, podría cubrir los gastos de las reparaciones necesarias en la casa familiar.

Isidro no podía articular palabra, incapaz de comprender completamente lo que estaba experimentando. Primero, su abuelo le habló a través de una vieja radio, y ahora su abuela se le presentaba para restaurar la casa con las monedas de plata que encontró en ella.

Finalmente, Isidro reunió el coraje necesario, valoró las monedas de plata y solicitó un presupuesto para arreglar el tejado y realizar otras mejoras menores en la casa. Para su sorpresa, al calcular los costos, se dio cuenta de que le sobraría una de las monedas. Sin pensarlo más, procedió a restaurar la casa de su abuela, guardando una de las monedas como un preciado recuerdo de sus ancestros.

Su abuela, satisfecha por la restauración de la casa y el cumplimiento del compromiso, se le volvió a presentar para darle las gracias y despedirse con la certeza de que la casa sería cuidada de generación en generación. La conexión con su abuela y el legado de su familia se habían restaurado, proporcionándole a Isidro una profunda sensación de paz y plenitud en su vida.