EL CUADRO DE LA ABUELA
Isidro
y Violeta pasaron un buen día en casa de Rebeca, una prima de Isidro, con la
que mantenían una relación cercana. Recordaron anécdotas de sus padres y
pusieron al corriente sus situaciones actuales y perspectivas de futuro. A
Isidro se le despertaron emociones desconocidas al ver un cuadro de su abuela,
una pintura tan realista que le pareció que le hablaba. La llamada de Violeta
lo distrajo, pero no pudo apartar la imagen de su abuela de su cabeza.
Isidro
estaba teniendo dificultades para dormir últimamente. Sus noches estaban llenas
de sueños recurrentes que involucraban a su abuela, el pueblo y la casa, pero
le resultaba imposible descifrar su significado, lo que lo tenía preocupado.
Su
abuela, Remedios, lo había cuidado cuando sus padres se fueron al Camerún en
busca de una vida mejor. Isidro apenas tenía 9 años y hacía unos meses que
habían cambiado de domicilio. Inicialmente vivían realquilados en una
habitación en el centro de Barcelona, pero con el tiempo y con mucha ayuda,
consiguieron la adjudicación de un piso de protección oficial en el barrio del
Besós, un área de reciente creación donde vivían muchos desplazados de las
barracas del Somorrostro, en su mayoría gitanos.
Para
sus padres, este cambio representaba una bendición, aunque su padre tuvo que
vender las tierras que había heredado de sus padres para reunir el dinero
necesario. Esa decisión siempre lo atormentó, pero para Isidro, fue un calvario
debido a la inseguridad del nuevo entorno y la falta de equipamientos. A los 9
años, tenía que tomar un tranvía para ir al colegio del Sagrado Corazón en Sant
Adrián, y al cumplir los 10, caminaba diariamente hasta el recién inaugurado
Instituto Juan de Austria en La Verneda, a 20 minutos de distancia, mañana y tarde,
ya que regresaba a casa para comer.
Permanecieron
cinco años en ese país esperando ahorrar lo suficiente para abrir un negocio
que les permitiera escapar de la pobreza. Los dos habían abandonado sus pueblos
natales para venir a Barcelona a trabajar, ya que en sus lugares de origen no
veían un futuro prometedor. Eran los años 40, una época de posguerra,
especialmente dura para los pequeños pueblos del interior de España, donde la
escasez de alimentos y el hambre afectaban sin piedad a la mayoría de los habitantes.
Durante
esos años, Isidro se sintió solo y abandonado. Su abuela tenía el corazón
endurecido por el dolor y no pudo brindarle las caricias y el amor que
necesitaba a tan temprana edad. Esto lo llevó a recluirse en sí mismo, incapaz
de expresar sus sentimientos de pérdida. Por otro lado, se volvió sumiso y
servicial en un intento de ganar la aprobación y el cariño de su abuela y de
quienes lo rodeaban, incapaz de negar su ayuda a nadie.
La
vida de Remedios estuvo marcada por la tragedia. Se quedó viuda cuando comenzó
el "glorioso alzamiento nacional", ya que su esposo fue fusilado en
sus primeros días debido a sus creencias socialistas. No hubo juicio alguno,
solo un cruel paseo a las afueras de Atienza y cuerpos sin vida abandonados en
una cuneta. Ella quedó sola, marcada como "roja", embarazada y con
seis bocas más que alimentar, siendo la mayor su propia hija, madre de Isidro,
que tenía solo 12 años en ese momento.
No
fue hasta la madurez que Isidro pudo comprender completamente a su abuela. Ella
había renunciado a su propia vida, amigos y familia para cuidar de él en un
entorno hostil cuando era solo un niño. Isidro se dio cuenta de que, al igual
que él, su abuela había estado fuera de su entorno natural y había enfrentado
desafíos significativos. En ese momento de comprensión, Isidro no pudo expresar
con palabras su gratitud, pero reconoció profundamente el amor y los
sacrificios de su abuela.
Una
noche, el sueño de Isidro se hizo realidad. Su abuela se le presentó triste y
llorosa, reclamándole por el abandono de su casa en el pueblo. Le recordó la
promesa de su madre de cuidar la casa, pero después del fallecimiento de su
madre, la casa había caído en el olvido y necesitaba reparaciones en el tejado
para evitar que se derrumbara. Isidro se despertó sin acabar de creer lo que
había vivido, no creía en fantasmas, y menos en el de su abuela, aunque era
cierto todo lo que esta le dijo en lo que le pareció un sueño.
Isidro
siguió con su vida sin prestar atención a la demanda de su abuela. El pueblo estaba
lejos, la casa necesitaba una renovación, y no estaba en sus planes invertir
dinero en ella. Su situación económica no era mala, pero tenía lo justo y un
poco más.
Pasados
unos días, Isidro estaba leyendo un libro cuando sintió la presencia de su abuela
y pudo verla con total nitidez a su lado, reprochándole por no cumplir con el
compromiso de su madre y, ahora, de él mismo. Le recordó que tenía en su
posesión las monedas de plata que había guardado su abuelo, quien le había
indicado su ubicación a través de una vieja radio. Con esas monedas, podría
cubrir los gastos de las reparaciones necesarias en la casa familiar.
Isidro
no podía articular palabra, incapaz de comprender completamente lo que estaba
experimentando. Primero, su abuelo le habló a través de una vieja radio, y
ahora su abuela se le presentaba para restaurar la casa con las monedas de
plata que encontró en ella.
Finalmente,
Isidro reunió el coraje necesario, valoró las monedas de plata y solicitó un
presupuesto para arreglar el tejado y realizar otras mejoras menores en la
casa. Para su sorpresa, al calcular los costos, se dio cuenta de que le
sobraría una de las monedas. Sin pensarlo más, procedió a restaurar la casa de
su abuela, guardando una de las monedas como un preciado recuerdo de sus
ancestros.
Su
abuela, satisfecha por la restauración de la casa y el cumplimiento del
compromiso, se le volvió a presentar para darle las gracias y despedirse con la
certeza de que la casa sería cuidada de generación en generación. La conexión
con su abuela y el legado de su familia se habían restaurado, proporcionándole
a Isidro una profunda sensación de paz y plenitud en su vida.