jueves, 27 de julio de 2023

 

Las cucarachas

El aire espeso y asfixiante del cuartel de Regulares de Tetuán número 11 en Ceuta parecía cargado de un oscuro presagio. Desde el primer día, Isidro se sintió atrapado en un sombrío laberinto, donde las cucarachas, criaturas siniestras y temibles, reinaban con implacable dominio. No eran simples insectos; eran monstruos que acechaban en las sombras y habitaban en los rincones más oscuros del cuartel.

La desolación del lugar y la hostilidad de los mandos convirtieron la instrucción en un verdadero infierno. Los veteranos disfrutaban con macabras novatadas y dejaban a los reclutas cargar con las guardias y servicios más pesados y agotadores. Las noches eran un desafío incesante contra los chinches que se alimentaban de su sangre, a pesar de que cada mes se quemaban con soplete los muelles y juntas de los somieres metálicos en los que se escondían, pero eran las cucarachas quienes inspiraban un terror inimaginable.

Las cucarachas, de tamaños monstruosos y movimientos rápidos, parecían salir de las pesadillas más horripilantes. Invadían el cuartel en la oscuridad de la noche, arrastrándose por los pasillos y volando aterradora y silenciosamente de un lugar a otro. Nadie estaba a salvo de su presencia repugnante.

Una noche, mientras Isidro estaba en su turno de guardia en el fortín del Monte Hacho, el horror alcanzó su punto máximo. Situado en la correspondiente caseta de vigilancia, la luna, perezosa, se escondía entre las nubes y se resistía a salir sin su corte de estrellas. Isidro se disponía a pasar las 6 horas reglamentarias cuando el cansancio acumulado del día y la oscuridad de la noche lo sumieron en un estado de duermevela. Sin saber el tiempo que transcurrió, sintió que algo se movía en su cabeza, además de notar en sus brazos un cosquilleo desconocido. Cuando fue capaz de abrir los ojos, no pudo dar crédito a lo que veía: en un instante, su caseta de vigilancia se había convertido en un escenario de pesadilla. Por un agujero en el suelo, una marea de cucarachas emergía y comenzaba a cubrir su cuerpo, desesperadas por invadir cada centímetro de su ser.

La sensación de miles de patas reptando sobre su piel hizo que su cordura flaqueara. Intentó en vano deshacerse de ellas, pero eran implacables buscando entrar por sus orificios más vulnerables. Mientras el dolor y la repugnancia lo invadían, sacó su fusil de asalto y disparó frenéticamente, pero era inútil, aunque la alarma estaba dada. El hedor de la pólvora se mezcló con el olor nauseabundo de las cucarachas, creando un ambiente aún más opresivo.

Su compañero de guardia, en la siguiente caseta, también se vio atrapado en la misma pesadilla, y la desesperación lo llevó a saltar al vacío desde las almenas del fuerte. Isidro no sabía si lo que veía era real o producto de su propia locura.

Sin perder un momento, prendió fuego a una pequeña libreta que llevaba consigo con la que ahuyentó a las cucarachas de su cara. Encendió varios cigarrillos de golpe para tratar, con el humo, de liberarse de los insectos que lo estaban colonizando y, como alma que lleva el diablo, salió corriendo desesperado hacia las duchas, esperando que el agua lo librara del horror que estaba viviendo. No pudo llegar, tropezó y una vez en el suelo, todo fue oscuridad, pero el tormento no terminó allí. Las cucarachas parecían multiplicarse y clavarse en su piel como miles de agujas afiladas provocando hinchazones en su lengua, garganta y la totalidad de su cuerpo. Se mareó, le costaba respirar y empezó a vomitar. Por último, sufrió una reacción inmunitaria severa, generalizada, potencialmente mortal, que lo dejó fuera de combate.

Cuando despertó en el hospital días después, supo que había sobrevivido a un infierno real. El ejército había luchado contra las cucarachas con todas sus armas, como si fueran enemigos invasores, especialmente con los lanzallamas y la pólvora. Pero el terror y la angustia que vivió Isidro nunca se desvanecieron por completo.

A partir de entonces, el recuerdo de esa noche terrorífica lo persiguió en cada instante de su vida. No podía escapar de las cucarachas, que seguían hundiéndose en su mente y en sus pesadillas más oscuras. Su alma se convirtió en un campo de batalla donde la cordura y la locura luchaban sin tregua.

Los compañeros que sobrevivieron, a pesar de haber cumplido con su deber como soldados, quedaron marcados para siempre. Algunos se perdieron en la oscuridad de sus mentes, mientras que otros se convirtieron en sombras de sí mismos, esperando servilmente las órdenes de aquellos que los habían transformado en meros autómatas.

En aquel rincón olvidado de la historia, la verdadera batalla no fue contra invasores externos, sino contra los demonios internos que se alimentaban del miedo y la vulnerabilidad de los jóvenes soldados, arrastrándolos a un abismo del que nunca podrían escapar.