miércoles, 23 de junio de 2010



El propósito de la educación es cultivar la naturaleza superior del hombre. La verdadera educación consiste en la formación del hombre como tal. La educación debe estimular la virilidad intelectual y hacer a los estudiantes devotos, sinceros, intrépidos y auto controlados. La educación debe estar destinada a formar la personalidad y el carácter y a desarrollar los poderes latentes del niño en su vida ética, intelectual, ascética, física y espiritual.

La educación consiste en el desarrollo del hombre en su totalidad. La cabeza, el corazón y la mano deben ser entrenados a la vez por medio de una educación artística, científica y práctica. Debe llevarse a cabo un desarrollo armónico del cuerpo, la mente, el intelecto y el espíritu. Sólo entonces será rápida la evolución.

La educación debe dirigirse a fomentar una vida plena y un pensamiento elevado. La educación debe capacitar al estudiante para adaptarse a su entorno, ayudándole a prepararse para la batalla de la vida y para el logro de la realización del Ser.

La educación debe enseñar a los estudiantes a amar a Dios y al hombre. Debe enseñarles a ser veraces, honrados, osados, humildes y misericordiosos. Debe enseñarles a practicar una conducta, vida, acción y pensamiento rectos, así como a autosacrificarse y a lograr el conocimiento del Ser. Aquella que desarrolla el carácter, la iniciativa y el espíritu de servicio a Dios y a la humanidad, es la verdadera educación.

Libro: Senda Divina de Swami Sivananda

martes, 22 de junio de 2010

UNO DE LOS NUESTROS



Lo que está pasando es un crimen contra la humanidad y debe ser objeto de análisis, ya sea en los foros públicos o en las conciencias. Crimen contra la humanidad también es el que los poderes financieros, con la complicidad efectiva o tácita de los gobiernos, fríamente han perpetrado contra millones de personas en todo el mundo, amenazadas de perder el dinero que les queda después de haber perdido su única y cuántas veces escasa fuente de rendimiento, es decir, su trabajo.

Los criminales son conocidos, tienen nombre y apellidos, se trasladan en limusinas cuando van a jugar al golf, y tan seguros están de sí mismos que ni siquiera piensan en esconderse. Son fáciles de sorprender. ¿Quién se atreve a llevarlos ante los tribunales? Todos le quedaríamos agradecidos. Sería la señal de que no todo está perdido para las personas honestas.

† José Saramago, Premio Nobel de Literatura