EL
SUEÑO DE VIOLETA
Isidro se despertó a las ocho siguiendo su rutina diaria. La tenue luz que se colaba bajo las persianas confirmaba las previsiones de tormenta. Con pasos lentos, se dirigió a la cocina en busca de Violeta. La encontró en la terraza, reorganizando las plantas antes de que la lluvia hiciera su entrada. La besó y la abrazó sin esperar respuesta, preocupado por cómo había pasado la noche.
La noche anterior no
había sido fácil. Andrea, su perrito de 14 años, un pinscher miniatura, había
pasado gran parte de la noche intentando subir a la cama, sin éxito. Rascaba
las sábanas con sus patas en un intento por llamar la atención. Los problemas
de salud de Andrea, a su edad, se habían vuelto un enigma. A las dos de la
madrugada, Isidro se vio obligado a sacarlo a la calle, pensando que necesitaba
hacer sus necesidades. Sin embargo, ese no era el problema, y Andrea continuó,
a intervalos, intentando subirse a la cama hasta que finalmente el silencio
reinó en la habitación y todos pudieron descansar.
Pero para Violeta, una
pesadilla en la que Andrea era el protagonista le había causado gran angustia.
El sueño la había dejado profundamente perturbada.
Isidro, preocupado por la
inquietud que el sueño de Andrea había causado en Violeta, decidió poner música
suave para relajarla. Se dirigió al salón y encendió la vieja radio que ocupaba
un rincón de la sala. El aparato, un regalo de su abuelo, tenía un aspecto
retro y un sonido cálido que evocaba tiempos pasados.
Sintonizó una emisora que
transmitía música relajante, un género que siempre le había ayudado a calmar
los nervios. El suave sonido del piano y el violín llenaron la habitación,
creando una atmósfera tranquila y serena. Isidro se dejó llevar por la melodía
mientras se acomodaba en el sofá, y Violeta se acurrucó a su lado mientras la
música continuaba llenando la estancia. A pesar de los mimos y caricias de
Isidro, Violeta no podía dejar de pensar en el inquietante sueño que había
tenido sobre su perrito.
En el sueño, Andrea
corría alegremente por un prado verde, persiguiendo mariposas y ladrando de
felicidad. De repente, el cielo se oscurecía abruptamente, como si una tormenta
hubiera surgido de la nada. Los árboles a su alrededor se retorcían y crujían
como si fueran espectros. Andrea, asustado, se detenía y miraba a su alrededor
con ojos llenos de temor.
De la tierra emergía una
figura oscura y aterradora, con ojos brillantes y garras afiladas como
cuchillas. Se acercaba sigilosamente hacia Andrea, quien estaba paralizado por
el miedo. El cielo retumbó con un estruendo ensordecedor y un rayo cayó cerca,
iluminando el rostro retorcido de la criatura.
Violeta, en su sueño,
gritaba desesperadamente el nombre de Andrea, pero su voz parecía ahogarse en
el viento aullante. Corría desesperadamente hacia él, pero no importaba cuánto
lo intentara, no podía alcanzarlo. La siniestra criatura se abalanzó sobre el
pequeño pinscher, y el sueño se desvaneció en una oscuridad insondable.
El sueño premonitorio
dejó a Violeta con una sensación de impotencia y angustia que persistía incluso
después de despertar. Sabía que su perrito estaba envejeciendo, y cada día que
pasaba lo acercaba un poco más al final de su vida. La idea de perder a Andrea,
su fiel compañero de tantos años, era una carga emocional que la atormentaba.
Mientras la música
llenaba la casa y la lluvia comenzaba a caer suavemente en la terraza, Isidro y
Violeta se abrazaron en silencio. Sin necesidad de palabras, compartieron el
peso de la incertidumbre sobre el futuro de Andrea y se prometieron mutuamente
hacer todo lo posible para brindarle el mejor cuidado y amor que pudieran.
La música siguió sonando
en la radio, un bálsamo para sus almas inquietas mientras enfrentaban juntos
las emociones que el sueño había desencadenado. Sabían que, en los días de tormenta
emocional, siempre podían refugiarse en el amor que compartían y en la música
que los unía. Y mientras la radio seguía sonando al fondo, un misterio aún sin
resolver se cernía sobre sus cabezas, como si la música estuviera tratando de
contarles algo que aún no entendían.
Marín Hontoria