miércoles, 27 de septiembre de 2023

EL SUEÑO DE VIOLETA

 

EL SUEÑO DE VIOLETA


Isidro se despertó a las ocho siguiendo su rutina diaria. La tenue luz que se colaba bajo las persianas confirmaba las previsiones de tormenta. Con pasos lentos, se dirigió a la cocina en busca de Violeta. La encontró en la terraza, reorganizando las plantas antes de que la lluvia hiciera su entrada. La besó y la abrazó sin esperar respuesta, preocupado por cómo había pasado la noche.

La noche anterior no había sido fácil. Andrea, su perrito de 14 años, un pinscher miniatura, había pasado gran parte de la noche intentando subir a la cama, sin éxito. Rascaba las sábanas con sus patas en un intento por llamar la atención. Los problemas de salud de Andrea, a su edad, se habían vuelto un enigma. A las dos de la madrugada, Isidro se vio obligado a sacarlo a la calle, pensando que necesitaba hacer sus necesidades. Sin embargo, ese no era el problema, y Andrea continuó, a intervalos, intentando subirse a la cama hasta que finalmente el silencio reinó en la habitación y todos pudieron descansar.

Pero para Violeta, una pesadilla en la que Andrea era el protagonista le había causado gran angustia. El sueño la había dejado profundamente perturbada.

Isidro, preocupado por la inquietud que el sueño de Andrea había causado en Violeta, decidió poner música suave para relajarla. Se dirigió al salón y encendió la vieja radio que ocupaba un rincón de la sala. El aparato, un regalo de su abuelo, tenía un aspecto retro y un sonido cálido que evocaba tiempos pasados.

Sintonizó una emisora que transmitía música relajante, un género que siempre le había ayudado a calmar los nervios. El suave sonido del piano y el violín llenaron la habitación, creando una atmósfera tranquila y serena. Isidro se dejó llevar por la melodía mientras se acomodaba en el sofá, y Violeta se acurrucó a su lado mientras la música continuaba llenando la estancia. A pesar de los mimos y caricias de Isidro, Violeta no podía dejar de pensar en el inquietante sueño que había tenido sobre su perrito.

En el sueño, Andrea corría alegremente por un prado verde, persiguiendo mariposas y ladrando de felicidad. De repente, el cielo se oscurecía abruptamente, como si una tormenta hubiera surgido de la nada. Los árboles a su alrededor se retorcían y crujían como si fueran espectros. Andrea, asustado, se detenía y miraba a su alrededor con ojos llenos de temor.

De la tierra emergía una figura oscura y aterradora, con ojos brillantes y garras afiladas como cuchillas. Se acercaba sigilosamente hacia Andrea, quien estaba paralizado por el miedo. El cielo retumbó con un estruendo ensordecedor y un rayo cayó cerca, iluminando el rostro retorcido de la criatura.

Violeta, en su sueño, gritaba desesperadamente el nombre de Andrea, pero su voz parecía ahogarse en el viento aullante. Corría desesperadamente hacia él, pero no importaba cuánto lo intentara, no podía alcanzarlo. La siniestra criatura se abalanzó sobre el pequeño pinscher, y el sueño se desvaneció en una oscuridad insondable.

El sueño premonitorio dejó a Violeta con una sensación de impotencia y angustia que persistía incluso después de despertar. Sabía que su perrito estaba envejeciendo, y cada día que pasaba lo acercaba un poco más al final de su vida. La idea de perder a Andrea, su fiel compañero de tantos años, era una carga emocional que la atormentaba.

Mientras la música llenaba la casa y la lluvia comenzaba a caer suavemente en la terraza, Isidro y Violeta se abrazaron en silencio. Sin necesidad de palabras, compartieron el peso de la incertidumbre sobre el futuro de Andrea y se prometieron mutuamente hacer todo lo posible para brindarle el mejor cuidado y amor que pudieran.

La música siguió sonando en la radio, un bálsamo para sus almas inquietas mientras enfrentaban juntos las emociones que el sueño había desencadenado. Sabían que, en los días de tormenta emocional, siempre podían refugiarse en el amor que compartían y en la música que los unía. Y mientras la radio seguía sonando al fondo, un misterio aún sin resolver se cernía sobre sus cabezas, como si la música estuviera tratando de contarles algo que aún no entendían.

Marín Hontoria