domingo, 5 de noviembre de 2023

EL MIEDO

 

EL MIEDO


No sé por qué, en lugar de brindarnos confianza, a los niños nos educan infundiéndonos miedos. Miedo al coco que se llevará a los niños que duermen poco, miedo al hombre de saco si no dejas limpio el plato, miedo a caerse de las alturas, miedo al ridículo, miedo a que te digan que no, miedo a no tener suficiente, miedo a no ser querido, aceptado o valorado. Hay tantos miedos, ¡malditos miedos!

En las horas sombrías de la noche, cuando las estrellas se ocultan y la luna arroja su pálida luz sobre la habitación, algo siniestro se cierne en la incipiente oscuridad. No puedes dormir, presientes en la penumbra de la habitación la amenaza que acecha. Allí, en la silla donde la ropa se amontona, una presencia inquietante toma forma y una figura inmóvil y aterradora te observa con ojos sin parpadeo.

El miedo se apodera de tu ser, como un frío soplo de la tumba, y el presentimiento de que un mal innombrable está a punto de desencadenarse te envuelve. Aterrorizado, te cubres con la sábana hasta la cabeza, sumergiéndote en un mundo de oscuridad e incertidumbre. Sus latidos retumban en tus oídos, y su aliento es un susurro nervioso en la negrura de la noche.

¿Habrá desaparecido la terrorífica figura? Con un coraje vacilante, bajas lentamente la sábana, tu corazón palpita en un ritmo frenético. En la habitación en tinieblas solo ves la ropa desordenada sobre la silla. Un suspiro de alivio se asoma en tus labios pálidos, y la sangre recupera su fluidez.

Sin embargo, el alivio es efímero, ya que un sonido desconocido, un susurro que rasga las sombras, hace saltar todas las alarmas. De las profundidades de la penumbra, el espectro reaparece, con una presencia inquietante que se retuerce y se estira como las sombras mismas. Un baile de sombras en la pared agrega un aspecto inquietantemente fantasmagórico a la escena, mientras luchas por comprender la naturaleza del peligro que acecha.

El miedo, ahora una entidad palpable, te embarga por completo. Sin detenerte a razonar, huyes de la habitación, corriendo como alma que lleva el diablo. Buscas refugio en el último rincón de seguridad que conoces: la habitación de tus padres, donde la luz de una lámpara parpadeante intenta repeler la oscuridad invasora.

La noche, sin embargo, está lejos de haber revelado todos sus secretos. En los susurros del viento y en la danza de las sombras, una verdad inquietante aguarda, una realidad que desafía la razón humana y se oculta en los rincones más oscuros de la mente.

El niño crece acompañado de sus miedos y sus pasos inseguros sembrarán su camino de desafíos a vencer.

Cuando la negrura del cielo se cierne sobre la ciudad y las sombras se alargan como tentáculos, un extraño se acerca sigilosamente. Sus pasos, apenas audibles, rompen el silencio opresivo que envuelve la calle. Sin rostro definido, un susurro helado en la brisa nocturna se deja oír.

El extraño, un ser misterioso e insondable, te aborda con la simple pregunta de la hora. La penumbra de la tarde se ha desvanecido, las manecillas del reloj marcan las 20:35, y lo informas con voz temblorosa. Pero su atención no está en el tiempo, sino en el reloj que cuelga de tu muñeca, una pieza singular que no pasa desapercibida.

Un elogio sutil se escapa de sus labios sin forma, y sus ojos ocultos por las sombras no pueden apartarse del reloj que llevas. ¿Por qué no me lo das?, susurra con una voz que es más un eco distante que un sonido real. Intentas explicar que este reloj es tuyo, un regalo preciado que has atesorado con cariño. Le sugieres que busque otro en otro lugar, pero su insistencia es inquebrantable.

Con un tono siniestro, te advierte que sería prudente entregarlo de buena gana, insinuando consecuencias nefastas si no lo haces. El miedo, como un veneno oscuro, se extiende por tu ser. Sin pensarlo dos veces, como si te persiguiera una entidad infernal, te lanzas a la huida.

Las calles oscuras se convierten en un laberinto de pesadillas mientras el miedo te da alas y fuerzas sobrehumanas para llegar a un portal cercano. Subes precipitadamente las escaleras hasta el último piso, agudizando todos tus sentidos en busca de algún rastro del perseguidor. Te sientas en el rellano mientras tu corazón late desbocado, las náuseas amenazan con ahogarte, pero te aferras a la esperanza de que el extraño no pueda alcanzarte. Por suerte, en ese momento, el silencio es tu aliado y no se oyen señales de su presencia.

Tras una espera agónica, te atreves a aventurarte una vez más en las calles. El temor sigue siendo tu compañero constante, como una sombra que te sigue a cada paso. Durante días, al salir de casa, te acompaña la inquietante sensación de que el desconocido acecha en alguna esquina, como un fantasma que solo espera su oportunidad para cruzarse de nuevo tu camino.

Somos descendientes de una generación sumida en una profunda oscuridad poblada de miedos que heredamos. El miedo, inmutable, nos acompaña tanto en tiempos de guerra como en tiempos de paz. Miedo a la incesante amenaza del hambre y la implacable sombra de la pobreza. Miedo a la imprevista adversidad mientras luchamos contra su influjo en busca de un atisbo de dignidad, Sin embargo, el miedo a carecer, a no tener suficiente, y la aversión al riesgo nos paralizaba y nos impedía abrazar el presente con la plenitud que merecía. Las noches en vela se tornaban un campo de batalla interno, donde el temor a las cuentas por pagar y la incertidumbre financiera acechaban como criaturas sobrenaturales en la penumbra. El miedo, con su abrazo gélido, arrojaba un espeso velo sobre el claro cielo que parecía invitar a la libertad, una libertad que parecía tan esquiva como el agua que se escapa entre los dedos, al igual que los sueños de paz y sosiego que tememos perder.

El miedo es la sombra que oscurece el camino a la libertad, cuando la libertad nos da miedo.

Marín Hontoria